• La recuperación Argentina (2ª Parte). El asalto a las Georgias


    En la madrugada el 3 de abril, Serge Briez y su gente fueron repentinamente despertados por uno de los operarios que trabajaban en Puerto Leith. El hombre estaba excesivamente nervioso y eso hizo suponer a los cineastas que algo grave estaba sucediendo.

Publicado el 08 Diciembre 2021  por


En la madrugada el 3 de abril, Serge Briez y su gente fueron repentinamente despertados por uno de los operarios que trabajaban en Puerto Leith. El hombre estaba excesivamente nervioso y eso hizo suponer a los cineastas que algo grave estaba sucediendo.

Cuando le preguntaron qué ocurría, el argentino les dijo que su país había ocupado las islas Malvinas y que se aprestaba a hacer lo mismo con las Georgias del Sur. Briez palideció y miró perplejo a los suyos. Sus temores de ver a su equipo envuelto en una guerra se estaban confirmando por lo que tanto él como sus compañeros estuvieron de acuerdo en desaparecer de la zona lo antes posible.

Mientras los franceses se levantaban, el chatarrero siguió hablando. En Puerto Leith se iba a llevar a cabo una ceremonia a la que el comandante de la sección de comandos, el teniente Astiz, los invitaba.

Hacia allí se dirigieron y una vez en tierra, los franceses vieron a soldados y operarios formados frente al mástil del pueblo, listos para comenzar. Cuando todo estuvo dispuesto izaron la bandera y entonaron el Himno Nacional, acontecimiento que los cineastas registraron a pedido de Astiz.

Finalizado el acto, militares y civiles lanzaron sonoros vivas a la patria acompañando ese gesto con abrazos, aplausos y estentóreas exclamaciones de júbilo al tiempo que agitaban sus puños en alto y arrojaban sus gorros de lana al aire. Los gritos parecieron repercutir en las laderas de los montes cercanos los cuales, dadas las circunstancias, parecían mucho lúgubres aun.


Durante todos esos días, el “Endurance” y el “Bahía Paraíso” se habían vigilado mutuamente. Por las mañanas, las embarcaciones se cruzaban repitiendo la misma rutina, incluidos los saludos, y por las noches estudiaban sus movimientos a través del radar.

Sobre la cubierta del buque argentino se recortaban las siluetas de dos helicópteros, un Alouette AI03 matrícula 3-H-110 de la Armada y un Puma SA-330 del Ejército, matrícula AE-504, cuyas dotaciones se habían incorporado en Ushuaia, el 29 de enero, junto a Los Lagartos, zarpando inmediatamente después hacia a las Orcadas del Sur.

El piloto del Alouette, teniente de navío Remo Oscar Busson, tenía por copiloto al teniente de corbeta Guillermo Guerra y como artillero, a cargo de la ametralladora MAG 7,62 provista oportunamente por los infantes de marina, al suboficial segundo Julio Gatti.

La dotación del Puma estaba compuesta por el teniente primero Alejandro Esteban Villagra, su igual en el rango, Eduardo López Leguizamón y el sargento Jorge Andrés Díaz Medín como mecánico.

Las dos tripulaciones habían efectuado numerosos vuelos de reconocimiento sobre el archipiélago, especialmente en la Isla San Pedro, sin haber encontrado nada anormal, sin embargo en la tarde del 1 de abril, el teniente Busson creyó distinguir un objeto brillante sobre las laderas del cerro Tres Hermanas, y así lo informó al "Bahía Paraíso" cuando sobrevolaba las inmediaciones de Puerto Leith.

Decidido a investigar se aproximó lentamente hacia el lugar, bordeando las primeras estribaciones en dirección norte y casi enseguida detecto un helicóptero Whirlwind posado sobre la ladera este y a un grupo de hombres observando con prismáticos hacia el caserío.

Busson hizo un rodeo para aproximarse por detrás y cuando enfiló directamente hacia el grupo, lo vio alzar los brazos y saludar efusivamente, con la evidente intención de demostrar buena predisposición. Era más que seguro que estaban informando lo que veían.

Transmitida la novedad, el piloto se retiró hacia el este, pasando a baja altura sobre las cabezas de los merodeadores. Esa misma noche, el “Endurance” desapareció de los radares buscando el amparo de la costa, donde su eco se perdía.


El 2 de abril por la mañana, el capitán de fragata Ismael J. García, comandante del “Bahía Paraíso”, supo a través de un llamado proveniente del comando naval que las islas Malvinas habían sido recuperadas y que la corbeta “Guerrico” navegaba hacia su posición  para conformar el Grupo de Tareas 60.1.

Mientras tanto, en Puerto Leith, Astiz hizo firmar a civiles y militares un texto que, entre otras cosas, decía:

A partir de este día 2 de abril de 1982, el archipiélago de las Georgias del Sur pasa a denominarse Islas San Pedro, quedando bajo la autoridad argentina. Se ha llevado a cabo el doble acto de izar la bandera y entonar el Himno Nacional para conmemorar este acontecimiento.


El plan original de invasión elaborado por el alto mando argentino, contemplaba la ocupación simultánea de las Malvinas y las Georgias pero las terribles condiciones climáticas que azotaron la región, lo habían impedido.

Al llegar la noche, el “Bahía Paraíso” se aproximó Puerto Leith para embarcar a Astiz y sus “Lagartos” y dejar en su lugar una sección de marinos de su dotación, al mando del teniente Cortez, con la misión de custodiar a los chatarreros. Los comandos abordaron la nave vestidos de camuflaje, con las caras cubiertas de betún y su armamento listo y partieron rumbo al sudeste, en dirección a Grytviken. Un par de horas antes, el “Cinq Gars Pour” había hecho lo propio poniendo proa al norte, decidido a alejarse del lugar lo más rápidamente posible.

El “Ángel Rubio” se despidió de los franceses estrechándole a cada uno la mano y luego pidió permiso a su capitán para hacer una anotación en el libro de bitácora, tal como lo habían hecho los hermanos Patané. Briez aceptó de buena gana pero no leyó lo que el marino había escrito. Recién lo haría en alta mar y quedaría sorprendido: “Nos encontramos en el lugar menos indicado pero fue una suerte haberlos conocido. Alfredo Astiz en el fin del mundo”1.


La corbeta “Guerrico” llegó a las Georgias el 2 de abril por la tarde (17.00) y durante toda la noche patrulló el acceso a la Bahía Cumberland, en previsión de la llegada del HMS “Endurance”.

El 3 por la mañana (06.00), se aproximó al “Bahía Paraíso” y se dispuso a transferir personal. Había sido una de las últimas unidades en zarpar de Puerto Belgrano2 y antes de que la flota llegara a Malvinas, había virado hacia el sudeste, para dirigirse a Grytviken.

A poco de su arribo, los comandantes de ambas embarcaciones, capitanes de fragata Ismael J. García y Carlos Alonso, se reunieron en el la sala de operaciones del transporte polar con el jefe del Grupo de Tareas 60.1, capitán de navío César Trombetta, a efecto de analizar la situación y estudiar detenidamente las acciones que se iba a poner en marcha. Una de las primeras decisiones que se adoptaron fue el traspaso de los infantes de marina desde la corbeta hasta el “Bahía Paraíso” con el objeto de lanzar el helidesembarco desde su cubierta.

El teniente Busson encabezaría la operación por lo que se le ordenó previamente llevar a cabo un vuelo de reconocimiento para detectar movimiento enemigo.

Busson y su copiloto solicitaron autorización para llevar como ametralladorista al suboficial Gatti, y una vez aprobada la petición, procedieron a coordinar sus movimientos con el teniente primero Villagra, piloto del helicóptero Puma, ya que la misión se iba a llevar a cabo de manera conjunta con el Ejército.

Las órdenes eran precisas; Busson debía volar sobre el poblado, detectar efectivos enemigos y escoger un sitio adecuado donde depositar a las tropas. Por eso, antes de partir, se reunió en el comedor de la nave con su colega del Ejército y allí, sobre un mapa desplegado, acordaron que él volaría delante para señalarle a Villagra el lugar de aterrizaje.

Con el buque a 7 millas de la costa (11.00), el Alouette dejó la cubierta y enfiló directamente hacia la pequeña capital de las islas. Enrique Villarino explica en su libro Exocet, que el clima era bueno, con un techo de nubes a 60 metros que ocultaba parcialmente los cerros, la visibilidad era óptima y vientos regulares soplaban del este.

Busson cubrió la distancia entre el transporte polar y el caserío sobrevolando el mar a tan baja altura, que por momentos el agua le salpicaba el parabrisas.

Al llegar a tierra ascendió a los 1000 pies (aproximadamente 300 metros de altura) e hizo una pasada sobre el pueblo a una velocidad de 100 nudos, sin distinguir movimientos. Una segunda pasada arrojó los mismos resultados y eso fue lo que el piloto informó, poniendo especial énfasis en que si bien Grytviken parecía deshabitada, distinguía tres carpas en las afueras, en dirección oeste. En vista de ello, se le ordenó continuar explorando porque la operación de desembarco estaba lista y se quería correr el menor riesgo posible.

El Alouette sobrevoló el caserío, los cañadones, las laderas y la playa y al no distinguir nada, volvió a comunicarse con la base para pasar la información.

En realidad, Grytviken no estaba deshabitada. Los científicos del BAS (British Antartic Survey), armados solamente con un par de pistolas, se habían refugiado en el interior de la iglesia, cerca de la sala de cine y los veintidós marines del teniente Keith Mills3, se hallaban atrincherados en Shakleton House, importante edificio de la periferia, situado en una altura próxima al hospital.

A poca distancia de allí, en la Bahía de San Andrés, las zoólogas Cindy Buxton, de 31 años y Annie Price, de 30, contratadas por la BBC para realizar un documental sobre la fauna de las islas, no imaginaban que iban a ser testigos de un acontecimiento histórico.


A las 11.35 de la mañana el “Bahía Paraíso” ingresó en la caleta Capitán Vago y tomó posición para un eventual ataque a la isla. En ese momento, el helicóptero Puma del Ejército se elevó de cubierta y se dirigió a tierra llevando a bordo a cuarenta efectivos del Batallón de Infantería de Marina 4 (BIM 4), al mando del teniente de navío Guillermo Luna.

La aeronave volaba sobre la Bahía Cumberland cuando desde la “Guerrico” le informaron que se observaban movimientos en el pueblo, especialmente en las inmediaciones del hospital. Al escuchar eso Busson, que se encontraba en las cercanías, solicitó autorización para ir a investigar pero le ordenaron mantenerse en espera porque hombres vestidos de verde con cascos de acero, corrían y se ocultaban en diferentes puntos. El piloto informó que el plan original quedaba sin efecto y que se dirigía al oeste para ubicarse detrás del hospital.

Volando a 400 metros de altura alcanzó Punta Mai, donde se le unió Villagra y desde allí siguieron juntos hacia la población, aproximándose lentamente desde el monte Hodges a muy baja altura, para seguir por detrás del cañadón.

A las 11.41 el Puma, se arrimó al muelle de King Edward Point (Punta Coronel Zelaya) pero al no encontrar un lugar seguro donde posarse, se detuvo en el aire y desde una altura aproximada de dos metros lanzó la tropa al agua, maniobra para la que aquellos hombres estaban perfectamente entrenados.

Para observar mejor los alrededores, el Alouette ascendió unos metros y en esas estaba cuando Villagra, desde el Puma, comunicó que los soldados ya habían descendido y que se disponía a regresar al buque para recoger a al segundo grupo. Busson le respondió que pasaría nuevamente sobre el hospital con el objeto de hacer una nueva inspección y que desde allí emprendería el regreso.

Mientras tanto, los hombres del teniente Luna avanzaban hacia Grytviken buscando protección detrás de un grupo de rocas y en las instalaciones del BAS (British Antartic Survey), donde se detuvieron en espera de refuerzos.

A las 11.47 el Puma estaba de regreso con la segunda sección de infantes de marina y cuando se disponía a aterrizar, una fuerte explosión sacudió su estructura.

- ¡¡Me dieron!! – gritó el piloto a través de la radio al tiempo que numerosos impactos perforaban su fuselaje.

El helicóptero fue alcanzado por varios proyectiles de 12,7 mm de la ametralladora pesada que los hombres de Mills manipulaban desde Shackleton House y escapó milagrosamente a un cohete que pasó muy cerca de su fuselaje.

Mientras el aparato intentaba mantener la estabilidad, Mills corrió hacia otra trinchera sin que los disparos que repicaban a su alrededor lo tocasen. Para entonces, el enfrentamiento se había generalizado y parecía multiplicarse con el rebote de los estampidos sobre las laderas de los cerros.

Los hombres de Luna se tiroteaban con los efectivos británicos cuando Villagra hizo un viraje cerrado hacia la izquierda y se alejó hacia la orilla sur. Pese a ello, fue blanco de una segunda andanada de proyectiles que mató a los soldados Jorge Néstor Águila y Mario Almonacid e hirió a otros cuatro conscriptos que se hallaban junto a ellos4.

El helicóptero comenzó a bambolearse peligrosamente mientras se alejaba hacia el sudeste perdiendo altura. Desde el Alouette, Busson y Guerra escuchaban la angustiada voz de Villagra dando cuenta de la situación y los gritos desesperados de los heridos entremezclados con los de quienes intentaban socorrerlos.

Los proyectiles ingleses habían perforado el fuselaje y destruido los cables conductores del líquido hidráulico que movían los controles, por lo que el piloto debió hacer malabares para no estrellarse. En esas condiciones atravesó la caleta en busca de un sitio seguro donde aterrizar y mientras lo hacía, Busson le decía por radio que intentase mantener los controles con la ayuda de su copiloto.

El Puma llegó a la playa opuesta y al tocar tierra, cayó de costado al tiempo que sus turbinas despedían una densa nube de humo. Eddy, Linklater y Gillman, al igual que otros autores, elogiaron la habilidad del piloto que demostrando gran pericia, logró salvar numerosas vidas.

El combate arreciaba cuando Busson se dirigió nuevamente hacia el hospital, esquivando con destreza las balas del enemigo. Su aparato también fue alcanzado pero los daños fueron insignificantes ya que solo se limitaron al corte de las correas de flotación de las bolsas inflables que mantenían a la nave a flote en caso de caer en el agua.

El oficial Guerra, copiloto del Alouette, se comunicó con el “Bahía Paraíso” para informar que el helicóptero del Ejército había sido impactado y que se disponían a aterrizar para comprobar los daños. En ese momento, Busson giró y se posó muy cerca de la máquina siniestrada; una vez fuera del aparato, corrió hasta el Puma donde, al llegar, le preguntó a Villagra cual era la situación.

- ¡Adentro es un desastre! – le respondió.

Cuando los heridos comenzaban a ser retirados, los británicos les dispararon desde la orilla opuesta obligando a suspender la operación. Busson regresó a su helicóptero para comprobar los daños y una vez junto a su lado vio que Gatti y Guerra echaban pie a tierra y comenzaban a correr. El aviador naval pensó que sus compañeros intentaban socorrer a los heridos pero grande fue su sorpresa cuando los vio tomar sus armas, colgarse una banda de municiones en bandolera y dirigirse a toda prisa hacia un montículo próximo para comenzar a disparar.

Un herido de muerte yacía tirado en la playa, muy cerca de donde había caído el Puma y otro, en grave estado, era cargado en el Alouette para ser conducido al “Bahía Paraíso”. Acto seguido, Villagra y los infantes de Marina que habían quedado ilesos corrieron hasta donde se hallaba la sección del teniente Luna y se apostaron entre las rocas para repeler la agresión.


Una vez sobre el transporte, Busson aterrizó en la plataforma y después que el personal evacuara al herido, llenó los tanques de combustible y sin detener su motor se dispuso a partir.

En momentos en que reponía, se le acercó el capitán del barco para ordenarle efectuar varios viajes de ida y vuelta llevando efectivos y trayendo heridos, razón por la cual fue necesario quitar la ametralladora de a bordo para aumentar su capacidad.

Lejos de allí, en tierra firme, el combate no solo continuaba sino que parecía crecer en intensidad.

Busson hizo más de veinte viajes, volando siempre al ras del agua y haciendo maniobras evasivas para aterrizar, descargaba a los soldados y subía a los heridos. Si no podía alcanzar la costa, permanecía suspendido sobre el agua para que los efectivos saltasen y corriesen a tomar posiciones.

Según Emilio Villarino, en el anteúltimo viaje el piloto alcanzó a divisar una carga explosiva atada a un cable hacia la que avanzaban los dos soldados; desesperado, se volvió hacia el último hombre que quedaba a bordo y antes de que echase a corre le advirtió a los gritos sobre el peligro.

- ¡No se preocupe, mi teniente! – le respondió el soldado con asombrosa tranquilidad.

Cuando Busson regresaba desde el “Bahía Paraíso” transportando a otros dos hombres, olvidó alertarlos sobre la trampa explosiva, seguramente a causa de la sobreexcitación a la que estaba sometido. Lo recordó tarde, con el último efectivo saltando fuera y avanzando detrás de su compañero, directamente hacia la trampa. En su desesperación, casi pierde el control del helicóptero y cuando esperaba lo peor, notó aliviado que los soldados cruzaban el campo sin ningún inconveniente. El infante de marina del viaje anterior había cortado el cable salvando así a sus compañeros. “Se merece una medalla” pensó el piloto mientras ganaba altura y se alejaba.


Abatido el Puma, los efectivos del teniente Luna iniciaron el avance sobre Shackleton House pero los marines allí apostados lograron detenerlos. En vista de ello, el oficial argentino solicitó a la “Guerrico” fuego de apoyo y refuerzo de morteros, mientras instaba a sus hombres a aferrarse al terreno.

A bordo de la corbeta, el capitán Carlos Alonso impartió las instrucciones necesarias para satisfacer el pedido de Luna y ordenó virar a estribor para entrar en la caleta. Una vez en posición, cuando los relojes de a bordo marcaban las 11.55, mandó apuntar y hacer fuego.

Los cañones de 20 mm, hicieron un primer disparo y se trabaron por lo que el comandante ordenó hacer lo propio con los de 40 mm. Para su asombro, a la sexta descarga también se atascaron, razón por la cual, ordenó rápidamente abrir fuego con la pieza de 100 mm ubicada en proa. Pero esta también se atascó después del primer tiro, evidenciando graves fallas a nivel técnico y operativo.

Expuesta al fuego proveniente de tierra, la corbeta viró lentamente para alejarse de la caleta, movimiento que fue advertido por los británicos, ubicados a 550 metros de distancia.

Un cohete de 84 mm disparado por un lanzador antitanques Carl Gustav dio lleno en su estructura matando al cabo primero Patricio Guanca, que servía al cañón de 40 mm. También hirió a otros cinco hombres, uno de ellos el guardiamarina Ricardo Pingitore, que en esos momentos cubría su puesto de comunicaciones en el puente de mando. Fueron dañados, además, un lanzador de misiles Exocet, el montaje del cañón de 100 mm y varios cables de electricidad, sin contar los 200 impactos de armas livianas que perforaron su casco.

Ante semejante cuadro de situación, el cabo principal artillero Francisco Solano Páez ordenó el repliegue de sus hombres y procedió a reparar el cañón de 40 que tenía rota la uña de extracción de las vainas servidas en uno de sus tubos.


Al tiempo que el buque se alejaba, el combate entre los hombres de Luna y los royal marines se intensificaba.

Una vez más, el Alouette se aproximó a tierra para depositar a otros dos soldados y alejarse. Los recién llegados se apresuraron a buscar cobertura detrás de un grupo de rocas y una vez allí abrieron fuego

La corbeta se retiró hasta la roca Hobart y desde punto volvió a disparar, después de destrabar los cañones de 40 mm que le quedaban en servicio. Para entonces, los hombres de Luna habían herido gravemente a un efectivo británico y estrechaban el cerco en torno a sus posiciones. El royal marine se revolcaba en el suelo a causa del dolor y mientras gritaba, sus compañeros trataban cubrirlo.

A las 12.48 la corbeta reanudó el fuego y cerca de las 13.00 cuando los marines comprendieron que no tenían más oportunidad, mostraron banderas blancas y alzaron sus brazos. El impacto de un proyectil a escasos metros del hospital los decidió a rendirse.

Los hombres de Mills arrojaron las armas y se pusieron de pie. Habían combatido con bravura, tanta, que una vez finalizado el conflicto, Mills y su segundo, el sargento Meter Leach, recibirían la Cruz de Servicio Distinguido por su decidida actuación.

Mills caminó en dirección al teniente Luna llevando un trapo blanco en la mano derecha y a mitad de camino, recibió la orden de detenerse y hacer salir a sus hombres de a uno, muy lentamente, con las manos sobre la cabeza.

Cuando sonaban los últimos disparos, las fuerzas argentinas comenzaron el desembarco, con Astiz y sus hombres al frente. Se desplegaron sobre el terreno, ocuparon posiciones y finalizado el combate tomaron a su cargo la custodia de los prisioneros, entre quienes se encontraban los científicos del British Antarctic Survey.

A las 13.35 se realizó formación para arriar la bandera británica y enarbolar la argentina, momento de profunda significación para los cuadros de la marina y el ejército que habían tomado parte en la operación. Por la tarde, otros civiles del BAS que se habían dispersado por los alrededores fueron hechos prisioneros y a las 23.00, el Grupo Alfa al comando de Astiz se desplazó hacia Puerto Leith para relevar a la sección del teniente Cortez en la custodia de los chatarreros.

Así culminó el primer combate de las islas Georgias, con un saldo de tres muertos, nueve heridos, un helicóptero destruido y una corbeta seriamente averiada por parte de las fuerzas atacantes y un herido grave5 más una cuarentena de prisioneros (entre civiles y militares) por los defensores.

El enfrentamiento dejó al descubierto graves falencias por el lado argentino, como el deficitario armamento de la “Guerrico” y algunos errores tácticos que no se vieron en Malvinas, uno de ellos, no detectar a tiempo las posiciones británicas y haber expuesto demasiado los helicópteros y la corbeta al momento del desembarco.

Los prisioneros fueron alojados en el “Bahía Paraíso” que permanecería anclado frente a Grytviken hasta las 03.15 del día siguiente, cuando partió rumbo a Río Grande seguido por la “Guerrico”.

Los ingleses fueron deportados por vía aérea con destino a Montevideo, y una vez allí, abordaron el avión que los condujo de regreso al Reino Unido, donde aterrizaron el 20 de abril.

Los argentinos desistieron de atacar las bases del BAS en la isla Bird (bahía Schlieper), el glaciar Lyell y bahía Saint Andrews, porque consideraron que no valía la pena movilizar semejante aparato bélico por 15 científicos desarmados.

Dejaron en el archipiélago un destacamento de 55 infantes de marina que constituyeron la fuerza de ocupación, sin contar a los 39 obreros de Davidoff que permanecerían en Puerto Leith hasta la caída del archipiélago en poder de la Task Force.








Notas
1 Según un informe especial emitido por el programa “Telenoche” de Canal 13, los días 12, 13 y 14 de septiembre de 2007, Serge Briez dijo, refiriéndose a Astiz: “Yo comprendí que era temido por los civiles. Lo llamaban el Rubio y le tenían mucho miedo”, afirmación que no parece ajustarse a la realidad. Las imágenes que él mismo tomó en Puerto Leith muestran a civiles y militares conviviendo amistosamente y con total despreocupación. Ni Carlos Patané ni su hermano Antonio hicieron referencia a esa sensación. Lo que sí recordó el cineasta al reencontrarse con el primero, después de 25 años, fue la premonición que Patané escribió en su libro de viajes, afirmando que se volverían a encontrar.
2 Lo hizo la noche del 28 al 29 de marzo.
3 Veintidós de ellos habían desembarcado del “Endurance” el 24 de marzo.
4 Jorge Néstor Águila nació en Paso Aguerre, provincia de Neuquén, el 6 de marzo de 1962; Mario Almonacid era oriundo de Diadema, barrio petrolero de Comodoro Rivadavia, donde había nacido ese mismo año.
5 Según algunas versiones, le fue amputado el brazo.


Fuente: Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Autor: Alberto N. Manfredi (h)

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