• La lucha continúa


    La Fuerza Aérea Argentina ataca al HMS "Ardent"

Publicado el 09 Octubre 2021  por


Cuando el capitán Philippi recobró el conocimiento, notó que pendía de su paracaídas y el viento del oeste lo llevaba hacia la Isla Soledad. Lo primero que pensó fue en su buena suerte pues en ese momento debía estar muerto. De acuerdo con el manual de instrucción, la eyección debía hacerse a 240 kilómetros por hora y nunca a más de 650 en tanto él lo hizo a 900.

Agradeció a Dios estar vivo y mientras descendía, se quitó el casco y la máscara y los arrojó al vacío pues necesitaba imperiosamente tener las manos libres. Muy lejos, recostado sobre la orilla, reconoció la silueta del “Río Carcarañá” que desde el ataque del 16 de mayo, permanecía abandonado en Bahía King.

En un primer momento intentó guiar el paracaídas con las cuerdas, urgido por alcanzar tierra firme, pero no lo logró. Siguiendo las indicaciones, trató inflar el bote salvavidas pero la válvula no respondió porque se había congelado.

La caída fue mucho más violenta de lo esperado. Se hundió tres metros en el agua pero enseguida salió a flote, empujado por el paracaídas. De acuerdo a sus cálculos, se hallaba a 500 metros de la costa, al norte de Cabo Blanco, en el extremo sur de la bahía, un paraje inhóspito y poco acogedor, lejos de cualquier poblado o establecimiento rural.

Aún hoy reconoce que fue inmensamente afortunado porque el viento y la corriente lo fueron acercando a la playa y eso lo salvó de morir congelado.

Lo primero que hizo ni bien salió a flote, fue deshacerse del bote y el paracaídas; una vez libre nadó hacia la orilla pero cuando le faltaban 100 metros para llegar, se enredó en las traicioneras kelpers, las algas que hacen famosas a las islas, y eso le impidió seguir avanzando. Debió entablar una verdadera lucha a muerte contra ellas pues para liberarse, debió cortarlas, valiéndose del cuchillo Puma, modelo White Hunter, que le había regalado a su hijo Manfred. También cortó las sogas del paracaídas y eso le permitió nadar. Sin embargo, los inconvenientes no habían finalizado.

Primero se le enrolló el arnés y luego el paquete de supervivencia. Por esa razón, una vez que hizo pie, necesitó hacer un esfuerzo supremo para alcanzar la costa.

Antes de caer sobre el pedregullo, alcanzó a distinguir dos Sea Harrier volando a lo lejos en dirección sudoeste, posiblemente hacia las bocas del estrecho. Veinte minutos después los vio pasar de regreso, siempre a baja altura.

Repuestas un poco sus fuerzas, tomó su radio de emergencia y efectuó varias llamadas para advertir a otros aviones la presencia enemiga, pero no logró establecer comunicación.

Cerca de las 16.00, tras un descanso de media hora, se quitó el chaleco salvavidas e intentó establecer un nuevo contacto radial. Hizo varias pruebas pero al no establecer contacto apagó el equipo y se incorporó para dirigirse a una elevación distante a 500 metros, donde esperaba encontrar refugio.

Caminó lo más rápido que pudo y al llegar descubrió una hondonada donde pasar la noche. Hizo una nueva prueba con la radio y al no conseguir nada, volvió a sentarse y esperó. Recién entonces se dio cuenta de los agudos dolores que sentía en el muslo izquierdo y el cuello, razón por la cual decidió permanecer quieto un momento, antes de volver a incorporarse.

Desde ahí, a mucha distancia, se veía el “Río Carcarañá”, inmóvil y solitario. Usando sus binoculares, lo observó detenidamente esperando detectar algún movimiento pero la nave se hallaba completamente abandonada aunque en buen estado (salvo los indicios de un incendio), con la cadena del ancla tensa. Era evidente que tras el ataque, sus ocupantes lo habían evacuado.

Bajando los largavistas se acomodó nuevamente en su resguardo y allí permaneció acurrucado hasta quedarse profundamente dormido.

Se despertó casi de noche, entumecido por el frío, razón por la cual, decidió poner en práctica lo que había aprendido en el curso de supervivencia. Tomó el cuchillo Puma y comenzó a cavar un pozo para entrar en calor y mientras lo hacía, pensaba lo acertado que había sido traer esa herramienta. Por encima de su cabeza, el estrellado cielo otoñal se extendía majestuosamente hacia los cuatro puntos cardinales, recordándole las extensas caminatas nocturnas que su afición por la caza y la pesca lo habían llevado por las regiones pampeana y patagónica.

Cuando terminó de cavar, se ubicó en el interior del refugio y volvió a encender la radio, quebrando el agobiante silencio que lo rodeaba. Para su fortuna, no tenía ni hambre ni sed porque, de acuerdo a las instrucciones del curso de supervivencia, no debía probar nada durante las primeras 24 horas.

Lejos de allí, en el poblado de North Arm, Anthony Blake, terrateniente kelper de 42 años, escuchaba incrédulo lo que captaba su radio.

-Esta es la fragata HMS “Ardent”. Estamos averiados y nos hundimos por popa.
                                           
El hombre permaneció en silencio, mirando a su esposa y sus dos hijos con expresión sombría. Los invasores acababan de hundir otro buque y al parecer, habían dañado a uno más.

Pasaron varios minutos hasta que se fueron a dormir porque pese a los avatares de la guerra, al día siguiente debían madrugar. El establecimiento rural de 150.000 hectáreas que administraba, donde se criaban 72.000 cabezas de ganado ovino y 365 caballos, requería una atención permanente.


Philippi pasó la noche tratando de encender una fogata. En esas estaba cuando cerca de las 02.30 del 22 de mayo, un fuerte resplandor iluminó el cielo, seguido por el sonido lejano de una explosión. Ni bien se incorporó salió de su refugio y a la distancia vio al “Río Carcarañá” incendiándose mientras violentas detonaciones sacudían su estructura. Una fragata enemiga había captado las emisiones de su radio y creyéndolas provenientes del buque mercante, se aproximó para dispararle con sus piezas de 110 mm. Eso lo decidió a cambiar de posición porque temía que alguna patrulla británica hubiese desembarcado para capturarlo.

Pensando en su esposa Graciela y sus cuatro hijos, el piloto bahiense se puso a rezar. A sus 42 años, el Salmo 23 seguía dándole fuerzas cuando la necesidad lo apremiaba. “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. En prados de hierba fresca me hace reposar, me conduce junto a fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el camino justo, haciendo honor a su Nombre. Aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré, porque Tú estás conmigo. Tu vara y Tu cayado me dan seguridad. Me preparas un banquete en frente de mis enemigos, perfumas con ungüento mi cabeza y mi copa rebosa. Tu amor y Tu bondad me acompañan todos los días de mi vida; y habitaré en la casa del Señor por años sin término”.

Tú estás conmigo”. La presencia del Señor, rezar, meditar, pensar en Él; eso lo ayudó a mitigar el miedo y soportar la soledad.

A la mañana siguiente, antes del amanecer, Philippi echó a andar. Caminó varios kilómetros hacia el sur pues recordaba haber visto en los mapas algunas viviendas y eso significaba la posibilidad de hallar alimentos. De tanto en tanto se detenía a efectos de encender la radio y mirar hacia el “Río Carcarañá” que envuelto en llamas se escoraba a lo lejos; después retomaba la marcha y así continuó, internándose lentamente en la península de Lafonia.

Caminó hasta las 07.00 hora argentina, cuando se detuvo para “desayunar”. Se sentó en la hierba, tomó su mochila y extrajo un par de caramelos de supervivencia, los desenvolvió y se los metió en la boca. Una vez consumidos, bebió unos sorbos de agua y después tomó un chicle que se puso a masticar.

Quince minutos después alcanzó a ver dos aviones volando en círculos para luego alejarse en dirección sur y aunque no llegó a distinguir a cual bando pertenecían, le dio la sensación que eran enemigos.

En parte reconfortado por aquella “infusión”, se incorporó y siguió caminando, siempre rumbo al septentrión hasta que al cabo de un par de horas, vio sobre la costa varios tambores de combustible prolijamente acomodados, indicio de que podía haber personas en las inmediaciones.

Era el domingo 23 de mayo y el sol brillaba claro en el firmamento.

Una vez en el lugar hizo una rápida inspección de los recipientes y casi enseguida distinguió en el horizonte una edificación aparentemente abandonada.

Mientras avanzaba hacia ella, pudo ver que se trataba de un típico galpón de esquila, utilizado por los isleños y que de estar deshabitado constituiría un cobijo seguro para pasar la noche.

Caminó deprisa pero a 200 metros de la construcción se detuvo y echó cuerpo a tierra para escudriñar con sus largavistas. Una exhaustiva observación le permitió determinar que la construcción estaba deshabitada y para su suerte, no había indicios de presencia humana en los alrededores.

Con mucha cautela se incorporó y muy lentamente se fue acercando, atento a cualquier movimiento.

Al llegar al edificio abrió despacio la puerta y se asomó al interior. Pudo distinguir una mesa, una silla y cuatro catres, utilizados seguramente por los peones en tiempos de esquila. Arrumbada en un rincón había madera y turba y en otro, algo más allá, cajas y objetos, lo que le vino al dedillo pues no deseaba pasar otra noche como las anteriores.

Philippi entró y acomodó sus pertenencias, despojándose de su chaleco salvavidas y sus arneses, los cuales puso sobre la mesa junto al cuchillo y otros objetos. Enseguida recordó la caja de fósforos en su mochila pero al sacarla, comprobó que la misma estaba empapada. Recurrió entonces a un yesquero pero eso también resultó inútil porque en aquel lugar no había papel, ni hojas secas para encenderlo. Entonces recogió un poco de madera, tomó unos panes de turba y los encendió con una bengala haciendo una confortable fogata junto a la cual se sentó a descansar y entrar en calor. Pasado un momento, se levantó a recoger unas latas de cerveza y frutas vacías arrumbadas a un costado y las llenó de agua con la intención de hacerla hervir. Inmediatamente después, se quitó el traje antiexposición y lo puso a secar muy cerca del fuego, quedándose dormido después de orar y sumirse en profundas meditaciones.

Se despertó a las dos horas, con mucho frío y algo de hambre. Lo primero que hizo fue echar más leña y turba para avivar el fuego y sin perder tiempo se puso a caminar tratando de desentumecerse. Pasado un buen rato, volvió a encender la radio y procedió nuevamente a emitir. A los pocos minutos escuchó el inconfundible sonido de explosiones lejanas, prueba elocuente de que los ingleses habían vuelto a atacar al “Río Carcarañá”, convencidos de que sus señales radiales provenían de allí. Recién entonces se percató que los dolores de su pierna y cuello estaban aumentando.

Volvió a quedarse dormido junto a la fogata y se despertó muy temprano, cuando comenzaba a aclarar.

Muy cautelosamente, portando su pistola 38 en la mano, salió al exterior y lo primero que vio fue la columna de humo negro elevándose a la distancia desde el buque mercante.

Para su sorpresa, un grupo de ovejas pastaba despreocupado cerca del galpón. El piloto experimentó alivio y sobresalto al verlas ya que aquello constituía el alimento seguro para los próximos días.

Lentamente cubrió los 50 metros que lo separaban de ellas, apuntó con su arma y disparó. La bala atravesó la gruesa lana de uno de los animales pero no lo tocó.

Las ovejas se asustaron y se retiraron pero se detuvieron a unos pocos metros para seguir pastando. Philippi apuntó, sujetando el arma con ambas manos y disparó una vez más. Volvió a fallar y así sucedió varias veces hasta que solo le quedaron dos balas. Entonces, comprendiendo que no podía seguir malgastando municiones, recurrió a un ardid. Agitando sus brazos y lanzando alaridos, arrió a los animales hasta un corral cercano y los encerró en su interior, evitando de ese modo su fuga. Entonces recurrió nuevamente al cuchillo de su pequeño hijo y con él dio muerte a un cordero, que después de agitarse unos segundos, quedó inmóvil.

Hábil cazador como era, procedió a quitarle el cuero con suma prolijidad y juntando un poco de turba hizo una nueva fogata que debió encender con una nueva bengala porque los fósforos seguían mojados. Cortó una pata del animal, la asó a fuego lento y después de otra oración, procedió a saciar el hambre, guardando en su mochila una porción similar para los días siguientes.

Philippi efectuó varias emisiones hasta la noche. En el transcurso del día, había escuchado el rugir de varios aviones pero no logró determinar si eran propios o enemigos.

Asando nuevos trozos de cordero se cortó un dedo de la mano izquierda, el cual procedió a curar siguiendo las instrucciones del manual de supervivencia y de ese modo, después de cenar, se volvió a dormir.

Al despertar por la mañana vio a dos Skyhawk volando hacia San Carlos; evidentemente se estaba desarrollando una gran batalla y por esa razón, encendió una vez más la radio para ver que estaba ocurriendo. El cielo se hallaba completamente despejado y soplaban vientos leves procedentes del oeste, tornando agradable la mañana. En esas condiciones hizo un nuevo intento por establecer contacto radial, pero no lo logró.

El aviador naval comprendió que no se podía quedar allí todo el tiempo y en ese sentido, procedió a poner en práctica un plan consistente en recorridas de exploración durante el día, regresar al galpón por la noche, descansar y mantenerse a cubierto del terrible frío.

A las 11.00 horas del 24 de mayo inició la primera caminata dirigiéndose hacia el sur. Tres buitres lo observaban fijamente desde el techo del galpón, detalle que le causó una desagradable impresión pues no sabía bien si aguardaban su alejamiento para comerse los restos del cordero o si lo esperaban a él.

Caminó buena parte de la mañana intentando despejar esos pensamientos y después de varias horas, se detuvo fatigado. Se quitó el pasamontañas de su cabeza y lo guardó, justo en el momento en que otros tres Skyhawk pasaban a vuelo rasante en dirección noreste, sobre la costa de la Isla Soledad.

Esperando obtener contacto, activó su aparato de radio pero una vez más el intento fue en vano.

Los aviones regresaron a las 11.30 volando en dirección opuesta, después de efectuar un ataque en San Carlos como era fácil deducir. Bien sabía él las sensaciones que estarían experimentando aquellos hombres en esos momentos.

Se volvió a incorporar y echó a andar nuevamente, siempre en silencio y en la más absoluta soledad. Sin detener la marcha comenzó a trepar una suave pendiente y fue al llegar a su cima que distinguió a la distancia, casi en el horizonte, una casa blanca de techo rojo, de la cual según sus cálculos, lo separaban unos 8 kilómetros. Comenzó a caminar en esa dirección, evitando los turbales inundados y cuando se hallaba a unos 3000 metros se detuvo. Estaba exhausto y tenía hambre.


-Por aquí anduvo alguien – pensó Tony Blake mientras observaba los restos del animal junto a otros kelpers.

Las explosiones de la noche anterior los había llevado hasta allí para ver lo que ocurría en Bahía King y fue entonces que descubrieron huellas humanas en el suelo.

-Tenemos que saber qué está pasando – le dijo a sus acompañantes.

Al granjero le llamó la atención lo bien carneado que estaba el cordero “El que lo hizo sabía lo que hacía", pensó porque la piel del animal estaba colgada como se debe.


Al mediodía del lunes 24, Philippi comía apoyado sobre un poste cuando a una distancia de 1000 metros advirtió un grupo de vehículos que avanzaba por detrás de la edificación, en dirección a la costa.

Tomando con rapidez un espejo hizo señales y esperó. Un Land Rover seguido por dos tractores detuvieron su marcha y luego doblaron hacia donde se encontraba parado.

Philippi alzó los brazos intentando tranquilizar a sus ocupantes pero preparó su calibre 38 para utilizarlo en caso de ser necesario.

Varios hombres descendieron de los vehículos, uno de ellos armado con una escopeta de caza. Philippi les gritó en inglés que no tenía intensiones de dispararles y como respuesta, los kelpers abrieron los brazos. El portador del arma dijo que, salvo él, los demás estaban desarmados. Era Anthony “Tony” Blake, administrador de la estancia North Arm y máxima autoridad del caserío del mismo nombre en la baja Lafonia, sobre la costa este de la isla. El hombre se acercó y extendió la mano al piloto quien experimentó un marcado alivio ante aquella actitud.

Siempre en inglés, Philippi, dijo que era argentino, que había sido derribado y que intentaba llegar a Puerto Stanley. Blake lo estudió detenidamente y luego hizo un gesto con la mano:

-Suba.

Por su aspecto andrajoso y la indumentaria militar, el aviador naval no representaba ninguna amenaza.

Subieron todos a los vehículos y echaron a andar. Philippi tomó asiento en la parte posterior y salvo algunas preguntas que le hicieron, no dijo nada. Quienes hablaron fueron los kelpers; le explicaron que había tenido mucha suerte al ser encontrado pues la región era visitada cada seis meses, en época de esquila o al rotar el ganado, permaneciendo desierta el resto del año. También le informaron que había habido muchos combates en esos días, que se habían hundido barcos, que varios pilotos habían sido derribados y que algunos de ellos habían sido rescatados por otros pobladores en diferentes puntos del archipiélago.

La pequeña caravana detuvo su marcha a mitad de camino y luego de merendar siguió hasta Top Standing Man, la colina más elevada de la zona, desde donde se podían ver las principales edificaciones, cinco kilómetros hacia el sudeste. “North Arm” (Brazo Norte) y Walker Creek, eran las únicas poblaciones de Lafonia a excepción de alguna que otra granja dispersa.

Fue entonces que Blake se dio vuelta y mirando fijamente al aviador le dijo en tono firme:

-Si me das tu palabra de no generar problemas, podrás quedarte en mi casa. De lo contrario, voy a tener que encerrarte.

-Por supuesto –respondió Philippi- Sólo quiero volver con mi gente.

-Te vamos a ayudar. Pero ahora no hay nada que hacer. Recién mañana pediremos que vengan por ti.

Desde hacía varios años funcionaba diariamente en las islas -entre las 8 y las 8.30 a.m.-, una red médica a través de la cual los granjeros establecían contacto radial con la capital. Y valiéndose de ella, el administrador de North Arm pensaba contactar a las autoridades argentinas para informarles sobre Philippi.

En la casa de los Blake vivían, además de Tony, su esposa Lyn y sus hijos, Tom de diez años y Heidi de once. Pero debido a la guerra, tenían alojados a dos inquilinos: Joan y Mark, mujer e hijo de Terry Spruce, funcionario de la entonces poderosísima Falkland Island Company, quien se había quedado en la capital.

Philippi fue tratado con muchísima cordialidad, no solo por los Blake sino por los habitantes de North Arm; ninguno se mostró hostil y nadie lo hizo sentir como un invasor. En casa del administrador, se le brindaron todos los cuidados y lo trataron como a uno más de la comunidad.

Lo primero que hizo la familia Blake, después de las presentaciones de rigor, fue proporcionarle medicamentos con la intención de aliviar sus dolores y preparar todo lo necesario para darse una ducha. Al salir del baño, Blake le proporcionó ropa limpia ya que él y Philippi tenían el mismo talle y después de cambiarse apareció Lyn.

-Ponte cómodo – le dijo extendiéndole un atado de cigarrillos Rothmans, una brocha, una hoja de afeitar, pasta dentífrica y un cepillo de dientes- Te esperamos para tomar el té.

Cuando terminó de higienizarse, el argentino se presentó en el living de la residencia donde imperaba un aroma exquisito. Lyn Blake estaba preparando scones.

Le sirvieron una taza de te y le alcanzaron unos embutidos que le parecieron lo más delicioso del mundo, lo mismo la charla que mantuvo a continuación con los moradores de la casa.

Había muchos temas para tratar. Philippi relató parte de sus experiencias y después pasaron a otros temas evitando hablar de la guerra y de las causas que la provocaron.

El piloto y el dueño de casa descubrieron su común afición a la caza, la pesca y la radiotelefonía y eso sirvió para distender aun más el ambiente. “Este es un buen hombre”, pensó el anfitrión al cabo de un rato.

-¿Te gustaría conocer la estancia?- dijo Blake en medio de la conversación.

-Por supuesto – respondió su huésped.

A la mañana siguiente se levantaron temprano y después de desayunar, el administrador estableció contacto radial con Puerto Stanley, notificando que un aviador naval argentino se encontraba en su propiedad y esperaba ser rescatado. Acto seguido, apareció con un par de botas de goma y una campera, e inmediatamente después partieron en el Land Rover hasta un galpón de esquila muy bien conservado cuyos orígenes se remontaban a fines del siglo XIX.

Había máquinas y herramientas centenarias que llamaron la atención del piloto y muchos objetos propios de la actividad rural. Al entrar, Blake interrumpió la faena de los obreros y les explicó quién era el extraño que estaba con él.

Entonces el capataz del lugar, Des Peck, un hombre grande, de mejillas rojas, pidió la palabra:

-Tenemos dos motivos para celebrar –dijo ampulosamente mientras llevaba su mano derecha al bolsillo trasero del pantalón.

Por un momento Blake pensó que su empleado iba a extraer un arma y se alarmó con razón porque Peck era un furioso antiargentino, opuesto a toda idea de integración y de entablar negociaciones con la nación a la que los isleños consideraban agresora. Pero el hombre no era violento. En lugar de un arma, extrajo una botella de ron marca Lamb's y siguió diciendo.

-Este piloto sobrevivió a una terrible experiencia y hoy es día patrio en la Argentina.

Ni Blake ni Philippi lo podían creer. El propietario respiró aliviado y a continuación, todos bebieron.

Era verdad. Aquel día era 25 de mayo.

El kelper y el argentino siguieron la recorrida, atravesaron el poblado y regresaron pasado el mediodía, dispuestos a almorzar


A Puerto Argentino llegó la noticia de que en la casa de un kelper, en el extremo sur de la isla, se encontraba el capitán Alberto Philippi sano y salvo. Se dispuso todo lo necesario para el envío de un helicóptero y acto seguido, se estableció comunicación con el continente para dar la buena nueva al comandante de la escuadrilla en Río Grande.

El capitán Rodolfo Castro Fox no lo podía creer cuando le dijeron que su compañero estaba vivo porque desde hacía días se lo daba por muerto. Presa de viva excitación corrió hasta el jeep que se hallaba estacionado afuera, recorrió los cinco kilómetros que lo separaban de la casa de los Philippi y al bajar, tocó el timbre y golpeó la puerta.

Graciela era maestra de escuela pero desde el día en que su marido desapareció en acción estaba de licencia. Por eso casi se desmaya de la alegría al escuchar a Castro Fox gritar pletórico: “¡Alberto está vivo!”.


Los Blake se encontraban en el interior de su casa cuando el sonido de un helicóptero los hizo salir al exterior. El aparato aterrizó a unos metros del edificio y de él descendieron seis o siete hombres fuertemente armados. Era la tarde del 25 de mayo.

Philippi recogió sus cosas y se preparó a partir.

-Esto es para el pequeño Manfred. –le dijo Blake extendiéndole una pequeña caja en cuyo interior había un camioncito amarillo de la afamada colección Matchbox.

-Y esto es para Graciela – agregó Lyn entregándole un sobre- No lo abras; simplemente dáselo. Ella va a saber qué hacer.

Se abrazaron todos, las mujeres con algunas lágrimas en los ojos y los hombres sonriendo levemente. Philippi saludó a los hijos del matrimonio, a los inquilinos y se alejó hacia el helicóptero donde hombres con cara de “pocos amigos” esperaban tensos.

“Por favor Señor, que no los derriben -imploró Blake sabiendo que las fuerzas británicas abatían permanentemente helicópteros argentinos- A éste no, por favor”.

Philippi volvió a experimentar la guerra en Prado del Ganso donde los Sea Harriers efectuaban bombardeos de ablandamiento cada 15 o 20 minutos previos al asalto de las tropas británicas.

El 26 de mayo, abordó el último helicóptero que voló a Puerto Argentino y una hora después llegó a la población donde le llamó poderosamente la atención el extraño optimismo reinante.

Philippi era protestante pero ni bien pisó la capital malvinense corrió hasta donde se encontraba el capellán naval, capitán de navío Ángel Mafezzini (el mismo que había participado en el desembarco del 2 de abril) y le relató los pormenores de su odisea, haciendo especial hincapié en el regocijo que había experimentado con el Salmo 23 en sus horas de soledad.

Esa misma noche preparó sus cosas y abordó un Hércules C-130 que lo llevaría de regreso al continente. Debió esperar hasta el día siguiente porque un nuevo ataque al aeropuerto se lo impidió.

El 28 de mayo, por la mañana, estaba listo en la estación aérea, ansioso por regresar, pero cuando supo el destino, su ánimo pareció flaquear.

-Yo bajo en Río Gallegos – le dijo al piloto seguro que iban a hacer una escala ahí.

-Lo siento, señor. Tengo orden de llevarlos a Comodoro Rivadavia– fue la respuesta.

Pero Dios escuchó su silencioso lamento cuando una vez ubicado en el interior de la aeronave, pronunció una silenciosa plegaria.

El Hércules debió cargar combustible en Río Gallegos y al primer descuido, Philippi se escabulló. Sin que nadie se diera cuenta, bajó del avión y echó a caminar por la pista hasta el edificio del aeropuerto, topándose en el camino con el capitán de fragata Miguel Boix, quien le facilitó un jeep para llegar hasta la base de la Armada.

Una vez allí, sus compañeros arreglaron con la Prefectura Naval y a bordo de un Skyvan llegó a Río Grande donde el grupo aeronaval al que pertenecía le dio una bienvenida apoteósica, en especial los tenientes de navío Rótolo, Lecour y Sylvester, que el 21 de mayo habían salido detrás de su sección.

Mucho se sorprendió al descender del avión y ver formadas al pie de la escalerilla a las dotaciones aeronavales de la base las cuales, encabezadas por el capitán Martín, le rendían honores. Eso realmente lo conmovió.

Pero lo más emocionante fue el reencuentro con su familia; con su esposa Graciela y sus hijos que lo esperaban ansiosamente. Pasados los abrazos, el llanto y la alegría, Philippi recordó que en uno de los bolsillos tenía algo para Graciela y Manfred, el más pequeño de sus hijos. El segundo abrió la caja amarilla y con fascinación extrajo de ella el pequeño camioncito Matchbox al que se quedó observando con fascinación. También hubo un presente para su hija y cuando su mujer abrió el arrugado sobre que su marido le extendió, encontró una líneas de Lyn Blake y un papel con la receta de los exquisitos scones que la malvinense había preparado especialmente para su marido1.


Lejos de North Arm, en Punta Cantera, al norte del istmo de Darwin, el alférez Mario Eduardo Egurza y el soldado Juan Domingo Coronel, integrantes del grupo “Roca” de observadores adelantados, eran testigos del drama final del “Ardent”. Según informaron a la BAM “Cóndor” (calificativo “Nido”), a las 08.00 hora argentina las llamas habían consumido a la fragata y ya no quedaba nadie a bordo. Media hora después comenzó a hundirse lentamente por el lado de popa y luego desapareció generando una gigantesca nube de vapor.

La noticia fue retransmitida a Puerto Argentino y otros puestos de observación2 y de esa manera el mundo se enteró que Gran Bretaña acababa de perder otra de sus unidades de superficie.

Aún así, pese a los feroces ataques de la Fuerza Aérea y la Aviación Naval argentinas, los ingleses lograron afianzar la cabecera de playa en San Carlos y desembarcar gran cantidad de hombres y material, quienes se desplegaron sobre el terreno, al tiempo que cavaban trincheras e instalaban baterías de misiles Rapier.

El 22 de mayo fue un día de poca actividad aérea debido a las pésimas condiciones climáticas. De todas maneras, a las 04.05 hs un Learjet argentino forzó el despegue de una patrulla de Sea Harrier desde el HMS “Invencible”, cuando el portaaviones navegaba a 120 millas náuticas al este de Puerto Argentino.

Los Learjet LR-35 había tenido bastante actividad el día anterior, llevando a cabo misiones de guía, exploración, reconocimiento, control aéreo táctico y diversión. La idea era despistar los radares enemigos y atraer sobre sí posibles ataques para facilitar el paso de los cazas2.

El 22 de mayo los Laerjet realizaron seis misiones de diversión bajo los indicativos “Púa IV” (primer teniente Eduardo E. Bianco, teniente Luis A. Herrera); “Potro” (capitán Nicolás Rubén Benza, primer teniente Carlos D. Ronconi); “Fénix” (capitán Rafael A. González, Ricardo H. Ceaglio); “Cardo” (vicecomodoro Rodolfo Manuel De la Colina, teniente Enrique G. Felice); “Sol” (mayor Rafael A. González Osterode, capitán Ricardo H. Ceaglio) y “Luna” (primer teniente Edgardo Acosta, alférez Julián Redonda).

Por otra parte, el 21 y 22 de mayo volaron a Malvinas otros aviones, entre ellos, los mencionados Hércules KC-130 de los vicecomodoros Litrenta y Cabanillas (indicativos “León” y “Tigre”); un Hansa HS-125 y dos Boeing 707.

El Hansa HS-125, perteneciente al célebre Escuadrón Fénix, realizó cinco misiones de control aéreo táctico el día 21 y una el 22, todas bajo el indicativo “Rayo”, siempre tripulado por su comandante, el vicecomodoro César Alejandro Torres, el mayor Lusberto de Luján Medina, el primer teniente Aníbal Dante Poggi, el alférez Roberto Constantino Mariani y el suboficial principal Miguel Amado Acosta.

Uno de los Boeing 707 que operó el día 21 fue el TC-91 del vicecomodoro Jorge Eduardo Riccardini4. Del otro avión, el matrícula TC-92, nos referiremos más adelante.

El 22 de mayo, los vicecomodoros Rubén Horacio Cabanillas y José Luis Litrenta llevaron a cabo nuevas misiones de reabastecimiento en vuelo, el primero bajo el indicativo “Duro”5 y el segundo, “Cacho”6.

Solo dos escuadrillas de ataque pudieron despegar ese día, la que voló con el indicativo “León”, integrada por cuatro Skyhawk A4C del Grupo 4 de Caza y la “Chispa”, con cinco A4B del Grupo 5.

Integraban la primera los aviones matrícula C-304 del capitán Mario Jorge Caffaratti, el C-310 del primer teniente Ernesto Rubén Ureta, el C-319 piloteado por el teniente Jorge Alberto Bono y el C-301 por el alférez Carlos Andrés Codrington.

Los cazas despegaron de San Julián a las 13.40 y una hora después estaban sobre San Carlos, donde arribaron con pésimas condiciones climáticas y escasa visibilidad.

Imposibilitados de ubicar a los blancos debido a la falta de señalización, el capitán Caffaratti ordenó abortar la misión y emprendió el regreso, seguido por sus hombres.

Cuando sobrevolaban la bahía Rincón de San Martín, los aviadores divisaron un buque al que decidieron no atacar porque para hacerlo tenían que efectuar un amplio giro que los iba a dejar demasiado expuestos.

Los “Chispa” despegaron a las 15.15 horas con la misma misión, liderados por el capitán Carlos Manuel Varela en el aparato matrícula C-250. Partieron detrás suyo el primer teniente Héctor Hugo Sánchez (avión matrícula C-231), el primer teniente Oscar Berrier (C-225) y los tenientes Luis Alberto Cervera (C-204), Sergio Gustavo Mayor (C-207) y Mario Fernando Walter Roca (C-228), de los cuales debieron regresar los cuatro últimos por desperfectos mecánicos a poco de reabastecerse en vuelo.

La misión continuó con el capitán Varela y el primer teniente Sánchez, quienes llegaron a lanzar sus bombas sobre objetivos apostados en proximidades de Puerto Sussex, sin poder determinar los resultados del ataque debido a la escasa visibilidad.

Junto a esas escuadrillas, decolaron dos secciones de Mirage III E con el objeto de brindar cobertura, la “Pitón”, integrada por el mayor José Sánchez y el capitán Marcos Czerwinsky y la “Cobra”, por los capitanes Jorge Huck y Guillermo Ballesteros. Los cazas partieron de Río Gallegos a las 14.42 hs y las 15.45 hs respectivamente. Sobrevolaron primero el mar y luego el archipiélago, en torno al cual realizaron una amplia órbita a nivel de vuelo 400, sin poder establecer contacto con el Centro de Información y Control de las islas (CIC Malvinas). Finalizada las incursión, regresaron a su base donde aterrizaron a las 16.03 hs y las 17.00 hs respectivamente.

El 22 de mayo fue una jornada especialmente significativa para el escuadrón Boeing 707 ya que a las 12.10 hora argentina, el TC-92 al comando del vicecomodoro Otto Adolfo Ritondale, fue atacado en alta mar con misiles disparados desde los destructores HMS “Cardiff” (D108) y HMS “Bristol” (D23), que en esos momentos se desplazaban desde la isla Ascensión al teatro de operaciones.

El avión, perteneciente del Grupo 1 del 2º Escuadrón de Transporte Aéreo había partido de Buenos Aires y volaba a 1200 millas náuticas al este de Río de Janeiro cuando fue detectado por el grupo encabezado por el “Bristol”.

A las 11.35 horas, a 13.000 metros de altura, percibió varios contactos señalando la presencia de buques a tres días de navegación de la isla, un tanto más al norte del paralelo 35.

Alertada la tripulación, el vicecomodoro Ritondale comenzó a descender, atravesando las nubes que cubrían parcialmente el cielo para estabilizarse a unos 3000 metros de la superficie, detectó al “Atlantic Conveyor” navegando escoltado por varias unidades, entre ellas los mencionados destructores.

La aeronave se hallaba a 29º 20 S y 29º 40 O cuando el “Cardiff” disparó dos Sea Dart que comenzaron a ascender a alta velocidad.

Ritondale y Barbero efectuaron rápidas maniobras, reduciendo al máximo sus cuatro motores y sacando los frenos de aire para realizar un descenso extremadamente violento hacia la derecha. El aparato descendió bruscamente y a escasos metros del agua se enderezó iniciando un trayecto al ras, en dirección noroeste.

El primer misil quedó corto y a 50 metros del avión cayó al mar en tanto el segundo pasó de largo, cerca de la nariz.

Por entonces el “Bristol” también había lanzado sus Sea Dart, uno de los cuales explotó en momentos que pronunciaba un amplio círculo a la izquierda, luego de rozar la cola del Boeing. El otro pasó a menos de 50 metros, frente a la cabina, aunque con su motor apagado porque para ese momento había consumido su carga.

El Boeing se alejó a vuelo rasante hasta salir de la cobertura de los radares enemigos y una vez fuera, inició el ascenso hasta los 14.000 metros de altura. Una rápida inspección permitió a los pilotos determinar que todo estaba en orden y en esas condiciones, aliviados después del momento vivido, emprendieron el regreso a Buenos Aires.

Llama poderosamente la atención que los minuciosos autores de Malvinas. La guerra aérea (Falklands Air War), no hayan identificado el aparato. Allí explican que el 19 de mayo un Boeing 707 fue detectado a 180 millas al noreste de la Task Force y que dos Sea Harrier del Escuadrón 1, tripulados por el vicecomodoro Peter Squire y el teniente Jeff Glover, fueron enviados contra él, sin lograr darle alcance (los aviadores realizaban ejercicios con el “Hermes”. Cuando mencionan las características individuales del 2º Escuadrón de Transporte Aéreo, solo se limitan a afirmar que el TC-92 no fue identificado con precisión en ninguna misión durante la guerra aunque, ciertamente, participó7.

El ataque contra el TC-92 no amedrentó a los argentinos; sus observaciones continuaron y resultaron trascendentes. Como consecuencia de ello, tres días después, el “Atlántic Conveyor” resultaría hundido por un misil Exocet.

Gracias al accionar de los Boeing 707, Inteligencia Naval supo que el portacontenedores “Contender Brezant” de 11.000 toneladas de desplazamiento había zarpado de Gran Bretaña junto a un buque tipo ferry, transportando repuestos para los Harrier, helicópteros Chinook y municiones. Se confirmó también, aunque por otras vías, que el 6 de mayo, el primer ministro de Nueva Zelanda, Robert David Muldoon, ofreció a Londres el moderno destructor HMNZS “Canterbury”, en reemplazo del “Sheffield” y que Estados Unidos hizo lo propio con sus aviones cisterna Hércules KC-135

A las 09.30 hora argentina, cuatro Sea Harrier bombardearon la Base Aérea Militar “Cóndor” y las posiciones del Regimiento de Infantería 12 en Puerto Darwin y Prado del Ganso, recibiendo intenso fuego antiaéreo y durante el resto del día se sucedieron otros vuelos de exploración y relevamiento aerofotográfico. La actividad finalizó a las 15.42 aunque un Nimrod Mk.2 permaneció en vuelo entre las 18.30 y las 19.45 hs con la misión de perturbar las pantallas de radar.


El 22 de mayo aviones británicos atacaron la lancha guardacostas GC-83 “Río Iguazú”, de la Prefectura Naval Argentina, cuando navegaba hacia Puerto Darwin al mando del subprefecto Eduardo Adolfo Olmedo.

La embarcación transportaba un cañón Oto Melara de 105 mm desde Puerto Argentino, con municiones y pertrechos solicitados oportunamente por el teniente coronel Ítalo Ángel Piaggi, para reforzar su posición.

Tanto la “Río Iguazú” como su gemela, la GC-82 “Islas Malvinas”, venían cumpliendo tareas de patrulla, apoyo, búsqueda y practicaje (sobre todo en áreas minadas a la entrada de la capital), desafiando valerosamente a las fuerzas enemigas.

Habían zarpado el 6 de abril desde Buenos Aires, llegando a Puerto Argentino una semana después, luego de una travesía que de por sí constituyó toda una hazaña por las condiciones meteorológicas desfavorables. Durante el trayecto, debieron atravesar una terrible tormenta, con olas de siete metros de altura.

A las 07.53 los Sea Harrier matrícula XZ499 y XZ460 de los tenientes Rock Frederiksen y Martin Hale, despegaron de la cubierta del “Hermes” para dirigirse al Seno Choiseul, en misión de patrulla y observación.

Los cazas detectaron a la pequeña embarcación navegando hacia Prado del Ganso y se lanzaron sobre ella disparando sus cañones.

La tripulación se defendió utilizando las ametralladoras 12,7 mm de a bordo pero en la acción pereció el cabo segundo Julio Omar Benítez al ser alcanzado por un proyectil de 30 mm.

Con los motores aún funcionando, la sala de máquinas del guardacostas comenzó a inundarse. En tanto eso sucedía, el cabo segundo José Raúl Ibáñez subió a cubierta y al ver a su compañero muerto, tomó su lugar y empuñando la ametralladora Browning enfrentó a los Sea Harrier tirándoles con determinación cuando efectuaban una segunda pasada.

Con un muerto y tres heridos a bordo (el oficial principal Gabino O. González, el ayudante de tercera Juan José Baccaro y el cabo segundo Carlos Bengochea), la embarcación efectuó maniobras evasivas hasta encallar en una isla próxima a Bahía Button, al este de Puerto Darwin, frente a la estancia Bluff Creek.

Sin perder tiempo, sus hombres saltaron a tierra llevando la enseña patria y la imagen de Stella Maris entronizada en el puente de mando, sin poder retirar la valiosa pieza de artillería, los equipos de comunicaciones y las cajas de víveres que recuperarían después comandos de la Compañía 601. Ese mismo día el cabo Benítez fue ascendido “post mortem” al grado de cabo primero y cuarenta y ocho horas después fue inhumado con honores militares en Puerto Darwin.

Diez días antes, el 12 de mayo, la lancha guardacostas “Islas Malvinas” se hallaba fondeada en Bahía de la Anunciación, cerca del “Forrest”, cuando a las 08.00 hs el helicóptero Lynx HAS.2 matrícula ZX736 del HMS “Alacrity”, al comando del capitán de corbeta Burrows, la sobrevoló y le efectuó disparos de ametralladora, produciéndole numerosas averías.

A una orden del comandante Cárrega, la tripulación respondió la agresión con fuego reunido de armas livianas, forzando a la aeronave a retirarse. Desde el “Forrest” también dispararon y alcanzaron al helicóptero, al menos, con seis impactos aunque sin consecuencias.

En pleno combate, el ancla de la patrullera se atascó en el fondo rocoso de la bahía impidiendo su desplazamiento. Consciente del peligro que representaba, el ayudante de tercera, Marcelino Blatter, se lanzó a la carrera por la cubierta llevando una gruesa tenaza en ambas manos. Desafiando el fuego enemigo, llegó a la proa y en medio del combate, haciendo un esfuerzo titánico, logró cortar la cadena, liberando al guardacostas de la trampa mortal en la que se hallaba metido.

Como consecuencia de ese ataque, resultó gravemente herido el cabo segundo Antonio Grigolatto quien fue evacuado hacia Puerto Argentino.

Versiones que circularon en aquellos días sostienen que durante el ataque al “Río Iguazú”, uno de los Harrier fue derribado por Ibáñez. Incluso el general Menéndez hizo referencia a ese hecho en su arenga del 25 de mayo. Sin embargo, ni Frederiksen (quien averió al guardacostas) ni Hale llegaron a ser alcanzados. Los aviadores se retiraron indemnes y se posaron sobre el “Hermes” varios minutos después, sin ningún contratiempo.

La Prefectura Naval y otras fuentes aseguran que el caza británico abatido era el matrícula ZA192 del Escuadrón 800, piloteado por el capitán de corbeta Batt, pero ese avión fue derribado el 23 de mayo durante una incursión de bombardeo sobre Puerto Argentino. Eso no resta mérito alguno a la tripulación del guardacostas y mucho menos al cabo Ibáñez que al batirse con valor en inferioridad de condiciones, fue acreedor a una condecoración al heroico valor en combate.

La semihundida guardacostas parecía irrecuperable pero días después, comandos argentinos extraerían de sus bodegas el total de su carga. A poco de finalizado el conflicto, los británicos intentaron repararla y ponerla nuevamente en servicio pero el 13 de junio el helicóptero Lynx de la fragata HMS “Penélope” (F127), integrante del Escuadrón 815, la confundió con una nave en operaciones y le disparó un misil Sea Skua que la dejó completamente inoperable.









Notas
1 El capitán Philippi descansó poco ya que unos días después regresó a su escuadrilla porque había comenzado el reclutamiento de emergencia al ser convocados todos los pilotos con experiencia que se desempeñaban en Aerolíneas Argentinas y Austral, a quienes debía adiestrar.
En esa actividad estuvo enfrascado hasta el último día de la guerra. Después del 14 de junio recibió dos condecoraciones de Honor al Valor en Combate, una de la Marina y otra de la Nación Argentina, aunque no fue ascendido.
En 1983 comandó nuevamente la III Escuadrilla de Caza y Ataque, que fue desactivada tras 15 años de servicio, en diciembre de 1986.
Entre 1990 y 1992 trabajó como asesor en el Colegio Interamericano de Defensa, en Washington y en 1994, a los 54 años de edad, dejó la fuerza con el grado de capitán de navío. Según sus palabras, fue una acertada decisión, porque pudo pasar con su esposa sus últimos años.
En el 2004 recibió en su casa de Bahía Blanca una visita anunciada, la de Tony Blake, tocándole a él, en esa oportunidad, el papel de anfitrión. Philippi llevó a su huésped de recorrida por la Base Naval de Puerto Belgrano y la fragata “Almirante Brown”, oportunidad en la que el malvinense fue recibido con cortesía y hasta jugó golf con altos oficiales de la Armada.
2 Uno de ellos era el grupo “Biguá”, ubicado en la entrada del puerto en Prado del Ganso, integrado por el alférez Eduardo Javier Daghero y el soldado José Luis Morales.
3 Las escuadrillas que operaron desde el litoral patagónico el 21 de mayo fueron las “Cuenca” (mayor Nicolás Rubén Benza, primer teniente Carlos D. Ronconi); “Poncho” (capitán Juan Martínez Villada, teniente Eduardo E. Casado); “Duro” (vicecomodoro Rodolfo Manuel De la Colina, teniente Enrique E. Felice, vicecomodoro Arturo Enrique Pereyra); “Púa” (capitán Antonio Florentino Buira, teniente Alfredo Caballero); “Púa II” (capitán Miguel Ángel Arques, capitán Carlos A. Pane, capitán Narciso Juri, teniente Gustavo Adolfo Cercedo); “Fuego” (mayor Rafael A. González, capitán Ricardo H. Ceaglio, primer teniente Edgardo Acosta, alférez Julián Redonda); “Poncho II” (capitán Juan Martínez Villada, teniente Eduardo E. Casado); “Cueca” (mayor Nicolás Rubén Benza, primer teniente Carlos D. Ronconi); “Rayo II” (vicecomodoro Rodolfo Manuel De la Colina, teniente Enrique G. Felice, vicecomodoro Arturo Enrique Pereyra) y “Púa III” (capitán Antonio Florentino Buira, teniente Alfredo Caballero).
4 Completaban su tripulación el mayor Armando Buira como copiloto y los suboficiales Narciso Nicolás Zárate, Diego Carlos Callejón y Casimiro Eleodoro Martínez como tripulantes.
5 El mayor Adolfo Enrique Martínez, el vicecomodoro Adrián José Speranza, los suboficiales ayudantes Juan Ridzik y Ricardo Augusto Pajón y los suboficiales principales Juan Carlos Vottevitch, Bernabé Placencia y Roberto Caravaca, completaban la tripulación.
6 Su dotación estaba compuesta por el capitán Guillermo Luis Destefanis, el mayor Francisco Florencio Mensi, los cabos principales Juan Domingo Perón, Juan Domingo Tello y Hugo González y los suboficiales auxiliares Vicente Luis Reynoso y Manuel Oscar Lombino.
7 La dotación del TC-92, además del vicecomodoro Otto Adolfo Ritondale y de su copiloto, el vicecomodoro Walter Domingo Barbero, estaba integrada por los suboficiales principales Armando Miguel Rosales y Guillermo Federico Roque Allende, el suboficial mayor Oscar Ramón Vignolo, el suboficial auxiliar Jorge Pedro Amengual y el cabo principal Luis César Enríquez.


Fuente: Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Autor: Alberto N. Manfredi (h)

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