• 1 de Mayo. Comienza la lucha en Malvinas


    Cuando el alto mando británico planificó el primer ataque a Puerto Argentino, la capital malvinense era una fortaleza sembrada de nidos de ametralladoras, piezas antiaéreas y armas de artillería pesada distribuidas principalmente en torno al aeropuerto y las alturas inmediatas.

Publicado el 25 Noviembre 2021  por


Cuando el alto mando británico planificó el primer ataque a Puerto Argentino, la capital malvinense era una fortaleza sembrada de nidos de ametralladoras, piezas antiaéreas y armas de artillería pesada distribuidas principalmente en torno al aeropuerto y las alturas inmediatas.

Por entonces, los kelpers la estaban pasando mal y debían andar con cuidado ya que los soldados argentinos recelaban de todo, disparándole a cualquier cosa que se moviera. Por ejemplo, la residencia del presbítero Spraggon fue acribillada a balazos, lo mismo la pensión de la señora Stella Perry, sobre la calle John Street, donde el huésped Howard Jonson encontró su ropa acribillada.

Por las noches, los argentinos cortaban la energía eléctrica y efectuaban patrullas, registrando alguna que otra vivienda buscando indicios de resistencia. Casi todas las propiedades fueron sometidas a requisas pero al cabo de un tiempo, el timorato general Menéndez ordenó suspenderlas.

Por el contrario, el general Jofre no estaba dispuesto a permitir que órdenes torpes y actitudes demagógicas entorpecieran sus planes (el buen trato a los isleños por ejemplo) y en ese sentido, alentó los procedimientos y participó en algunos interrogatorios.

Una tarde, el odontólogo Watson y su esposa Catherin llegaron encontraron la cerradura de su domicilio forzada y a varios soldados revisando sus pertenencias. Lo peor fue cuando al verlos aparecer, el conscripto que montaba guardia descorrió el seguro de su arma y le apuntó directamente a la mujer.

Por otra parte, el superintendente de Educación de las islas, John Fowler, se hallaba sumamente angustiado porque su esposa acababa de dar a luz y el temor de que algo les ocurriese lo tenía aterrorizado. Después de escuchar por la BBC que la guerra era inevitable, construyó una suerte de refugio en su casa de piedra de Road Ross West, la avenida costanera de Puerto Argentino y dispuso todo para instalarse en él. En esos días adelgazó varios kilos y una notoria palidez puso en evidencia su angustia, lo mismo la de su mujer.

Gerald Check, del Servicio Aéreo del Gobierno de las Islas (FIGAS), también la pasó mal. Estuvo bajo arresto domiciliario y finalizada la guerra contó que numerosas áreas quedaron restringidas para los pobladores. Confesaría más tarde haber experimentado las mismas sensaciones que los franceses, holandeses y belgas durante la Segunda Guerra Mundial y aportó datos esclarecedores con respecto a la ocupación.

El 27 de abril por la mañana una patrulla argentina irrumpió a punta de pistola en su domicilio, amenazó a la familia y con voz de pocos amigos un oficial le informó que en menos de diez minutos iban a ser transferidos.

Su esposa e hijas se pusieron a llorar y él, muy asustado, comenzó a temblar. Temeroso de que lo fueran a deportar al continente preguntó si habían hecho algo malo y que les iba a pasar, pero el oficial a cargo solo se limitó a decir una palabra: “interior”.

Por la cabeza de Check pasaron muchos pensamientos. No dejaba de suponer cosas terribles después de todo lo que había escuchado acerca de los desaparecidos y la brutalidad del régimen militar, pero no le quedó más remedio que obedecer.

Los argentinos lo sacaron de su casa y lo subieron a un vehículo en el que fue conducido hasta el puesto de la Policía Militar. Una vez allí, supo que lo acusaban de pertenecer al movimiento de resistencia y haber llevado a cabo actos de sabotaje, cosa que negó rotundamente. Unos días antes compareció ante el general Jofre quien le dijo que las fuerzas de seguridad lo vigilaban de cerca porque sabían que pertenecía a la organización local de defensa y era miembro del Comité de las Islas. También estaban al tanto de sus aptitudes para disparar.

Fue deportado a Bahía Zorro junto a otras 13 personas, las cuales fueron alojadas en la casa de Richard Cockwell, el administrador del lugar, quien junto a su esposa Giselda, intentó atender a los prisioneros lo mejor que pudo. La casa se hallaba atestada y las comodidades no eran suficientes.

Los argentinos hicieron frecuentes patrullajes en ese punto y allanaron las pocas viviendas del lugar en busca de aparatos de radio. Ignoraban que los habitantes del caserío guardaban uno en el más absoluto secreto, cuidándose incluso, de que lo supieran los niños. Lo desarmaban durante el día y lo volvían a armar por las noches para escuchar las últimas novedades, establecieron guardias y horarios.

Fueron días duros, sin ninguna duda, no tan dóciles para los pobladores como los militares y el periodismo obsecuente han pretendido hacer creer. Solo en la Argentina la gente hablaba, como lo hace hoy, del “amable” trato a los kelpers.

Lejos de allí, en Gran Bretaña, el mariscal del aire Sir Michael Beetham y el comandante general de las fuerzas terrestres, Sir Edwin Bramell, recelaban del plan de bombardeo a la Argentina continental que el alto mando intentaba poner en práctica. Lo creían impracticable o extremadamente arriesgado y lo cambiaron a último momento por un objetivo mucho más efectivo: destruir la pista de Puerto Argentino con bombarderos de largo alcance Vulcan B MK-62.

La unidad había sido reducida el mes anterior a solo tres escuadrones, el 44, el 50 y el 101, todos con base en Waddington, condado de Lincolnshire, Inglaterra y allí se encontraban cuando estalló el conflicto. El 9 de abril, su personal fue puesto en estado de alerta y los aparatos a ser acondicionados después de veinticinco años de no operar.

En ese sentido, se revisaron y repararon los equipos de reabastecimiento aire-aire, los puntos de fijación delanteros con los lanzamisiles Skybolt, sus correspondientes conductos de refrigeración en las alas y los dispositivos de navegación con sistemas inerciales Carrousell que ya habían sido utilizados por los aviones cisterna Victor K2. Previo a su envío al Atlántico Sur se le instalaron mecanismos extra de contramedidas electrónicas por medio de contenedores y perturbadores Westinghouse AN/ALQ-101, montados sobre pilares subalares.

Seis de un total de diez aparatos fueron seleccionados para misiones de ataque, los bombarderos matrícula XM391 y XM612 del Escuadrón 44; los XM598 y XM654 del Escuadrón 50 y los XM391 y XM597 del Escuadrón 101, quedando el XM654 como reserva en tanto llevaba a cabo sus tareas habituales.

Para pilotearlos, el alto mando seleccionó cinco tripulaciones, dos para el Escuadrón 50, una para el 44 y otra para el 101, dejando una quinta de reemplazo, que también formaba parte del recientemente disuelto Escuadrón 9. Las mismas venían de tomar parte en los ejercicios “Red Flag”, que la USAF organizó en la base de la Fuerza Aérea de Nellis, estado de Nevada, hacia donde habían sido despachados en febrero de 1982.

Entre el 14 y el 17 de abril comenzaron los entrenamientos tácticos de bombardeo, con reabastecimiento en vuelo por medio de aviones Victor K2 con asiento en Marham. Sus tripulaciones efectuaron entre 16 y 18 horas diarias de prácticas con bombas de 1000 kilogramos en la Isla de Man, el Cabo Wrath y las aguas próximas a Yorkshire, realizando vuelos a baja altura y reabastecimientos aéreos.

El 28 de abril los aviones recibieron la orden de alistamiento. Como se ha dicho, para ese entonces, el máximo jefe de la RAF, el mencionado Michael Beetham, había logrado disuadir al gabinete de guerra en cuanto a atacar las bases continentales argentinas dado que desde el punto de vista logístico, la operación iba a ser extremadamente riesgosa. Entre otras cosas se iban a necesitar setenta y seis aviones cisterna a los que resultaría imposible alojar en la isla Ascensión.

Se decidió acometer el aeropuerto malvinense con el objeto de neutralizar su pista y detener el tráfico aéreo con el continente.

Cuando estalló la crisis, los viejos bombarderos nucleares iban a ser desguazados y reemplazado posiblemente, por el mucho más moderno cazabombardero Tornado IDS. La guerra de las Malvinas evitó que eso sucediera y obligó a los mandos a emplearlos como bombarderos convencionales, dotándolos, como se ha dicho, del armamento y el equipo adecuado.

Las aeronaves llegaron a la base norteamericana de Wideawake a las 06.00 hs del 29 de abril, comandados por el capitán John Reeves (avión matrícula XM598) y el primer teniente Martin Whiters (XM607), enviándose de regreso al XM597 que los acompañaba como reemplazo en vuelo.

El viaje se hizo sin escalas, con el apoyo de reabastecedores Victor K2, con los cuales se realizaron dos cargas aéreas antes de su aterrizaje. En el lugar los esperaba el comandante militar de la isla, capitán Alistair C. Montgomery, quien dio a las tripulaciones la bienvenida y las puso al tanto de las últimas novedades.


La primer misión “Black Buck” comenzó a las 20.50 del 30 de abril cuando once aviones cisterna Victor K2 despegaron de Wideawake, con intervalos de un minuto entre uno y otro, seguidos detrás por los Vulcan XM598 del capitán John Reeve y el XM607 del teniente Martin Whiters.

Con nueve toneladas de explosivos cada uno, los pesados aeroplanos levantaron vuelo atronando la atmósfera, iniciando un trayecto de 6280 kilómetros sobre el océano, en dirección sur, con la pista de la capital malvinense como objetivo.

- Vamos a llevar a cabo un maldito trabajo – informó el teniente Whiters una vez en aire, mientras efectuaba un primer control del panel y ajustaba el rumbo virando levemente hacia el oeste.

A poco de despegar, el aparato del capitán Reeve comenzó a experimentar fallas. Al no poder sellar debidamente la ventanilla de visión directa, el comandante informó la novedad a la torre de control y enseguida se le ordenó regresar.

Whiters debió seguir solo y en esas condiciones estableció el primer contacto con el primer Victor, a 12.000 metros de altitud, cuando la cota adecuada para el reabastecimiento aéreo era de 8000. Para evitar inconvenientes, las aeronaves descendieron hasta los 9300 metros tratando de lograr mayor margen de maniobrabilidad.

Debido a la turbulencia, el Victor perdió contacto momentáneamente aunque para alivio de ambas tripulaciones, lo recobró poco después. Se intentó la maniobra nuevamente pero al hacerlo, el embudo rompió la lanza del avión cisterna y eso obligó a los mandos a reemplazarlo inmediatamente por otro.

El Victor K2 matrícula SL189, al comando del primer teniente Bob Tuxford (Escuadrón 57), logró aproximarse al bombardero y acoplar sin inconvenientes. Casi al instante comenzó a transferir el combustible, completando los 9200 galones (41.823 litros) en aproximadamente 20 minutos.

Whiters y su tripulación, el copiloto Peter L. Taylor, su radarista Robert D. Wrigth, el navegante Gordon C. Graham., el ingeniero de vuelo Hugh Prior y el instructor de reabastecimiento en vuelo R. J. Russell, respiraron aliviados.

A 300 millas del blanco el Vulcan abrió las compuertas e inició el descenso a bajo nivel (unos 90 metros), intentando minimizar el riesgo de detección por parte de los radares. A 25 millas, su piloto realizó el último examen y después de comprobar que todo se hallaba en orden (blanco apuntando, escotillas abiertas, alas paralelas y nivel de vuelo), trepó hasta los 10.000 pies (3000 metros) y entró la corrida final.

Cuando se encontraban a solo dos millas del aeropuerto, la computadora de bombardeo puso en marcha el mecanismo de lanzamiento y a las 01.32 hora argentina, las 21 bombas de 1000 libras comenzaron a caer con un lapso de 4 segundos entre una y otra, en diagonal a la pista.


En Puerto Argentino eran las 01.20 cuando el radar vigía del GADA 601 detectó un objeto aproximándose por el noreste.

Mientras se ponían en estado de alerta a las secciones de artillería, aparecieron en pantalla otros dos ecos que junto al anterior, se acercaban a 200 kilómetros en la misma dirección.

Tras una comunicación telefónica con el CIC, se confirmó que no había aviones propios volando en la zona, por lo que todas las alertas fueron maximizadas y las unidades de artillería prontas a abrir fuego.

A las 01.25 los ecos del radar eran cinco y avanzaban a 800 kilómetros por hora desde el noreste. Cinco minutos después, los mismos aumentaron a seis sin que ninguno respondiera a los pedidos de identificación efectuados por el CIC. Para la gente apostada en tierra, no quedaron dudas que se trataba de un ataque aéreo.

Las secciones de artillería se hallaban listas a abrir fuego cuando a las 01.32 los ecos desaparecieron. Casi enseguida, se escuchó una explosión que sacudió las instalaciones del aeropuerto seguida por otras catorce de igual intensidad. Las defensas antiaéreas no alcanzaron a responder y cuando lo hicieron, era demasiado tarde.

En las tierras de Green Match y las alturas de Fitz Roy, los comandos de la Compañía 601 a las órdenes del mayor Mario Castagneto observaban la escena atónitos. Desde allí, los resplandores ofrecían un espectáculo estremecedor, seguidos inmediatamente por el tétrico sonido de las detonaciones.

Por su parte, los tripulantes del “Formosa” que habían estado descargando equipos y provisiones durante el día anterior, vieron desde cubierta la aterradora escena. Alertados por las alarmas, quienes dormían saltaron de las cuchetas y subieron presurosamente las escaleras para mirar por la borda. Alcanzaron a ver el fuego y el humo elevándose desde un galpón y las grandes llamaradas que se alzaban de un depósito de combustible.

Las bombas cayeron en forma oblicua, tal como había sido planeado, estallando 15 de las 21 que se arrojaron. Dos de ellas lo hicieron más tarde, a las 03.29, como consecuencia del retardo de sus espoletas y las cuatro restantes quedaron enterradas en la turba, sin explotar. Sin embargo, solo una había impactado la pista, abriendo un boquete de 20 metros de diámetro en uno de sus costados. Las restantes erraron todas pero produjeron daños considerables en el mencionado galpón y en los depósitos de combustible, además de averiar el avión del gobernador.

Como consecuencia del ataque resultaron muertos los conscriptos Guillermo V. García y Héctor R. Bordón, de la Fuerza Aérea y heridos varios efectivos apostados en las inmediaciones.

El general Menéndez se despertó sobresaltado a causa de las explosiones y los fogonazos. Cuando llegó al lugar, se le informó que había muertos y heridos y que se estaban evaluando los daños.

Watson, el médico odontólogo de Puerto Argentino, sintió que el piso de su vivienda se estremecía y John Fowler creyó que las paredes de su casa se iban a desplomar (en esos momentos avivaba el fuego de su hogar).

Según Alexanders Betts, a las 01.30 de aquella madrugada, todo el pueblo se despertó y por la dirección de la que provenía el sonido de las explosiones, dedujo que el blanco del ataque había sido el aeropuerto.


Casi en el mismo momento en que el Vulcan lanzaba su mortífera carga, el radar Skyward para control de tiro lo detectó pero Hugh Prior logró anularlo utilizando el equipo ALQ-101 de a bordo.

Tras arrojar las bombas, Whiters viró bruscamente hacia estribor y en plena maniobra trepó a nivel de crucero económico, colocando sus aceleradores en consumo mínimo hasta situarse fuera del alcance de los misiles Tiger-Cat.

A 400 millas al sur de Río de Janeiro estableció contacto con el primer Victor K2 que debía reabastecerlo en su vuelo de regreso, encuentro realmente oportuno ya que había consumido más combustible del calculado y necesitaba engancharse urgentemente.

Todo parecía marchar bien cuando se detectaron fallas en el traspaso. El fuel oil comenzó a derramarse y al salpicar el parabrisas, impedía la visión del piloto. Habían acoplado mal y el combustible se estaba derramando, generando la consabida angustia en la tripulación.

Whiters puso en marcha el limpiaparabrisas pero de nada sirvió. Entonces Wright subió hasta la cabina y haciendo un esfuerzo supremo, alcanzó a ver que la cesta estaba mal conectada.

Siguiendo sus indicaciones, Whiters maniobró para tomar distancia y al cabo de unos segundos se volvió a acoplar. Esta vez la operación fue exitosa y de ese modo, el Victor pudo transferir los 22.000 litros que los agotados tanques del Vulcan tanto necesitaban.

El bombardero aterrizó en Wideawake a las 12.45 hs, dieciséis horas después de su partida, en lo que fue la misión de bombardeo más larga de la historia. La operación demostró a los argentinos que sus oponentes eran capaces de lanzar ataques a grandes distancias pero dejó muchas dudas acerca de su eficacia al no haber cumplido su objetivo.

Tres horas después, un Sea Harrier del “Hermes” efectuó reconocimiento fotográfico a gran altura, constatando los daños que presentaba la pista. Ese día, la BBC propaló la falsa noticia de que los aviones de la RAF habían inutilizado el aeropuerto malvinense, dejándolo completamente inoperable. Los argentinos lograrían reparar los daños y lo seguirían utilizando hasta el fin del conflicto.

A poco de producido el bombardeo, trece buques del grupo de batalla de la Task Force, encabezados por sus dos portaaviones, ingresaron en la zona de exclusión total.

A bordo del “Hermes”, los Sea Harrier del Escuadrón 800 hacían los controles previos mientras una febril actividad tenía lugar en torno a ellos. Algunos de sus pilotos llegaron a cubrir períodos de doce horas en el interior de sus cabinas, atentos a la orden de decolar.

Cerca de las 07.45 (10.45Z),  las unidades navales se hallaban a 95 millas al este-noreste de Puerto Argentino con el “Invencible” encargado de la defensa aérea y numerosas patrullas proporcionando “techo” a la flota.

Los doce aparatos del “Hermes” fueron lanzadas al ataque, nueve de ellas hacia la capital de las islas y las tres restantes en dirección a Darwin y Prado del Ganso, cubiertas desde el este por otros cuatro cazas del “Invencible”.

El Escuadrón de ataque 800 despegó entre las 07.48 (10.48Z) y las 07.57 (10.57Z), encabezado por su comandante, el capitán de corbeta Andy Auld, piloteando el avión matrícula XZ494. Inmediatamente detrás partió el dinámico teniente de fragata David Morgan a bordo del ZA192, seguido por el capitán de corbeta Mike S. Blisset (ZA193), el teniente de fragata Ted. H. Ball (XZ450), el capitán de corbeta Gordon J. “Gordy” Batt (XZ459), sus iguales en el rango Anthony Ogilvy (XZ500) y Neil Thomas (XZ496), el teniente Clive Morrell (XZ492), el capitán de corbeta Rod Fredericksen (ZA191), los tenientes Martin Hale (XZ460) y Andy McHarh (XZ457) y finalmente el teniente de fragata Robert Penfold (XZ455) que se vio demorado por fallas mecánicas.

Los cazas se reagruparon sobre la flota y pusieron rumbo sudoeste, volando a baja altura en dirección a Punta McBride, punto recostado sobre la costa noreste de la Isla Soledad, 20 millas al norte del aeropuerto malvinense. Mientras eso sucedía, el almirante Woodward ordenaba a los portaaviones retirarse a 100 millas de la costa, fuera del alcance enemigo.

Volando bajo y a alta velocidad, la formación alcanzó la saliente (08.05 hs) y unos metros más adelante se dividió en tres, la sección Roja al mando de Ogilvy, con Batt, Thomas y Morrell; la Negra, encabezada por Auld e integrada por Morgan, Blisset y Penfold y la Tartan comandada por Fredericksen, a quien seguían Hale y McHarg.

La primera se elevó a 3 millas del aeropuerto y una vez ubicados los emplazamientos antiaéreos, dejó caer sus bombas.

La Negra, al mando de Auld, apareció desde Monte Low (5 millas al noroeste de la pista), bombardeando el aeropuerto con explosivos de racimo, percusión y acción retardada.

Finalmente, los Tartan del capitán Friedericksen, estuvieron sobre Darwin volando a 30 pies de altura, distinguiendo en el pequeño aeródromo de Prado del Ganso a los nueve aviones de su dotación, algunos de los cuales se aprestaban a despegar. Lo que no vieron fue helicópteros, cosa que llamó poderosamente la atención de su jefe.

Los Sea Harrier arrojaron sus cargas y sin perder un instante pusieron rumbo noroeste, enfilando hacia Cabo Delfín, en el extremo norte de la Isla Soledad.

Pero en esta ocasión hubo respuesta antiaérea. El avión del teniente Morgan fue alcanzado por un proyectil 20 mm que le perforó el timón de deriva, agujereando con las esquirlas los de profundidad. Además, un misil Tiger-Cat le pasó muy cerca, forzándolo a efectuar un brusco giro para esquivarlo. En ese mismo momento fue enganchado por el radar de otra batería pero logró evadirse arrojando hilos de aluminio.

La escuadrilla de aviones Pucará carreteaba sobre la pista de Prado del Ganso cuando la aeronave de su comandante hundió su rueda delantera en un pozo y se clavó de nariz, impidiendo el despegue de la sección.

El teniente Hernández y otros pilotos se aprestaban a ubicarse en las cabinas de sus unidades cuando los Sea Harrier pasaron en formación cerrada arrojando sus bombas desde una altura de 20 metros. Los proyectiles comenzaron a estallar, obligando al personal a tirarse al suelo y cubrirse sus cabezas con las manos. La turba parecía saltar e incluso flamear por las explosiones.

Hernández alzó la cabeza y vio a su amigo, el teniente Daniel Jukic, muerto en la cabina de su Pucará. El avión se hallaba partido en dos y se incendiaba, con su carga de municiones detonando amenazadoramente. Buscando un lugar más seguro, se incorporó y corrió a través de un campo lleno de bombas Beluga sin estallar, tratando de ganar uno de los refugio que se habían levantado cerca de la pista. Estaba herido porque una esquirla le había rozado su pierna izquierda, pero logró a llegar aún cuando las bombas de fragmentación inglesas estallaban aquí y allá.

Cuando las explosiones cesaron, el personal salió de los pozos y corrió hacia la pista, hallando un cuadro realmente estremecedor. Jukic yacía sin vida en su cabina, lo mismo ocho de sus mecánicos, los cabos Duarte, Rodríguez, Carrizo, Montaño, Maldonado, Vara, Peralta y Brajich, cuyos cuerpos se hallaban desparramados en torno al aparato. Una Beluga había estallado entre ellos matándolos al instante e hiriendo a varios más, quienes fueron cargados en un helicóptero Chinook y evacuados hacia la ciudad cabecera ni bien se pudo volar. Un día realmente negro para las fuerzas argentinas.

Hernández partió esa misma tarde junto a su jefe de sección para atacar dos fragatas que merodeaban cerca de la costa pero las mismas se habían replegado al ser hostigadas por una formación de aviones Dagger. De ahí volaron hasta la capital malvinense a donde llegaron en menos de diez minutos, pero se retiraron sin aterrizar porque el radar les informó que dos Harriers los perseguían.

Volaron primero hacia el oeste, a muy baja altura y poco después aterrizaron en la Estación Aeronaval “Calderón”, sin ser detectados.


Después del bombardeo, la formación Tartan enfiló hacia su portaaviones, donde aterrizó a las 08.55, tras un vuelo sin novedades.

El bombardeo causó considerables daños, tanto en Puerto Argentino como en Prado del Ganso. En la capital destruyeron los aviones de la flotilla aérea de las islas, entre ellos los Cessna 17Z matriculados en Malvinas con las siglas VPFAR, VPFAS y VPFBA, uno de ellos propiedad de la gobernación (recibieron impactos de esquirlas y proyectiles de cañones Aden de 30 mm). Un Islander ZA matrícula VPFAY del Servicio Interisleño, fue destruido por una de las bombas de Morgan, pero los Aermacchi MB-339A de la Armada quedaron intactos y apenas fueron salpicados por el barro que arrojaron sobre ellos cargas sin detonar.

De los doce Pucará de Prado del Ganso, tres se hallaban en vuelo de reconocimiento al momento de producirse el ataque; el de su jefe de sección se accidentó, el matrícula A-527 del teniente Jukic fue destruido y los otros cuatro dañados, el A.502, que sería reparado y volvería a operar y los matrícula  A-517, A-506 y A-507, que al quedar inutilizados serían montados sobre tambores de combustible y colocados junto a las pistas a modo de señuelos. Los tres restantes se encontraban en la Estación “Calderón”.


Cuando las secciones Roja y Negra llegaron al “Hermes”, lo hicieron en formación de escolta, con sus tanques de combustible prácticamente vacíos. Pese a los pulgares en alto y las sonrisas, los pilotos lucían tensos y agotados, lo que quedó en evidencia al bajar de sus cabinas.

Una vez de regreso en el portaaviones, los Sea Harrier fueron rearmados con misiles Sidewinder y a las 16.30 hs dos de ellos volvieron a despegar (tenientes Penfold y Hale), con la misión de interceptar un ataque de la aviación argentina.

Fue entonces que el almirante Woodward decidió despachar las primeras unidades navales para cañonear el litoral malvinense. El HMS “Glamorgan”, destructor Clase County de 5400 toneladas de desplazamiento, izó sus insignias de combate y seguido por las fragatas HMS “Arrow” y HMS “Alacrity”, se apartó de la flota y se encaminó hacia el litoral para iniciar el ataque.


Desde las primeras horas de la mañana operaban en las islas patrullas del SAS y el SBS que los británicos habían desembarcado días antes por medio de helicópteros. Debían averiguar la situación imperante en el archipiélago, las posiciones del enemigo, el armamento del que disponía y el número de tropas apostadas.

Tres de esas patrullas se posicionaron en torno a Puerto Argentino mientras las restantes se dedicaron a observar otros sectores como Puerto Darwin, Prado del Ganso, Puerto Howard, Fitz Roy y Bahía Zorro. Operaban durante la noche y se escondían durante el día en refugios que ellos mismos construyeron, lo que no quita que de tanto en tanto efectuasen alguna actividad diurna.

Según relataron posteriormente algunos de sus integrantes, en cierta oportunidad se hallaba una de esas secciones dentro de su escondite cuando un helicóptero argentino se posó sobre ellos, generando la consabida tensión. Al cabo de unos minutos el aparato remontó vuelo y se alejó del lugar, sin percatarse de su presencia. La versión fue puesta en duda por algunos autores de esa nacionalidad y más parece una fábula que un hecho real.

La información que pasaron esas avanzadas fue bastante fidedigna en cuanto a posiciones, tipo de armamento y defensas antiaéreas pero erraron en cuanto al estado sanitario en que se hallaba el enemigo, su aprovisionamiento, las municiones y la moral que imperaba en sus filas.

En ese sentido, los malvinenses les fueron de gran utilidad ya que vistiendo ropas civiles los comandos se infiltraron entre ellos y simulando realizar distinto tipo de actividades, se aproximaron a los objetivos para seguir de cerca los movimientos, pasando posteriormente sus observaciones en clave1.

Sea como fuere, a las 16.15 hora argentina el “Glamorgan” y sus escoltas tomaron posiciones e iniciaron el cañoneo, probablemente orientados desde las islas por esas patrullas.

La guerra había tomado cuerpo y la escalada de violencia parecía incontenible.








Notas
1 Hay quienes también ponen en duda esa versión.


Fuente: Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Autor: Alberto N. Manfredi (h)

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