• Las ultimas horas en el Belgrano


    Testimonios inéditos de la tragedia de la guerra de 1982 que costó 323 vidas.

Publicado el 25 Enero 2024  por


Testimonios inéditos de la tragedia de la guerra de 1982 que costó 323 vidas.

 
"Venía por el pasillo y sentí un impacto fuertísimo y una explosión. Se movió todo. El piso temblaba. Estaba oscuro. El silencio era total. Después, escuché una voz que decía: "Tranquilos, tranquilos que no pasa nada..."."
 
Eran las 16.1 del domingo 2 de mayo de 1982, y para el conscripto santafecino Hilario Rodríguez, de 19 años, y los otros 1092 tripulantes del crucero ARA General Belgrano, acababa de desatarse el infierno.
 
Aunque aún no lo sabían, el sacudón y la explosión posterior los había provocado el impacto de dos torpedos MK8 lanzados por el submarino nuclear Conqueror, de la armada británica.
 
El viento soplaba a 120 kilómetros, las olas medían 12 metros, la temperatura era de 10 grados bajo cero, con menos 20 de térmica, y la del agua, de casi cero grado.
 
Estaban en medio del Atlántico Sur, al este de la isla de los Estados y al sur de las islas Malvinas. Para las cartas navales, a los 55º24'S y 61º32'W.
 
El crucero sería la primera víctima en la historia de un submarino nuclear, y en su caída a 3000 metros de profundidad arrastraría a 323 tripulantes, y a las últimas, desesperadas negociaciones políticas para impedir la guerra.
 
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El ataque sorprendió a todos. Fue tan fugaz -entre un impacto y otro hubo sólo 30 segundos- y terminante: en menos de una hora, el crucero, una mole de 13.500 toneladas, 185 metros de largo, 18 de ancho y 37 de alto, se fue a pique.
 
La posición del Conqueror en el momento de la agresión era óptima: estaba diez kilómetros al sur de su blanco, y en sus radares debe de haberse visto nítido el perfil del crucero.
 
Según el comandante del Belgrano, el capitán de navío Héctor Bonzo, "la velocidad de los torpedos era de unos 40 a 45 nudos (unos 60 kilómetros) por hora, y no se vieron las estelas por dos razones: venían a cinco metros de profundidad y el mar estaba encrespado".
 
Las evaluaciones posteriores determinaron que la cabeza del primer proyectil, el que a las 16.01 dio en la sala de máquinas de popa, ingresó dos metros dentro del buque antes de explotar, haciendo un boquete de 20 metros de largo por 4 de ancho.
 
La onda expansiva abrió una chimenea de quince metros de alto, que atravesó cuatro cubiertas y deformó la quinta, que era la principal.
 
Por el rumbo abierto por el torpedo, el Belgrano embarcó en segundos 9500 toneladas de agua.
 
El segundo proyectil dio en la proa treinta segundos después. Varios testigos vieron cómo se elevaba con violencia una columna de agua y hierros, y al caer habían desaparecido 15 metros del buque.
 
Este impacto no causó víctimas, y tal vez ni siquiera fue necesario: "De los 323 muertos del Belgrano, creemos que 270 murieron durante el primer impacto", cuenta Bonzo.
 
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¿Cómo hizo el Conqueror para descubrir al Belgrano? Por ahora nadie lo sabe, y sólo se manejan hipótesis. Las dos más concretas son:
 
Que la base naval chilena de Punta Arenas haya transmitido la posición del crucero al agregado militar británico en Santiago.
 
Que algún espía británico en Ushuaia haya informado la salida del buque el 24 de abril e inferido su ruta, que hasta entonces era secreta.
 
En un caso u otro, lo cierto es que el 25 de abril el submarino estaba en la zona de Georgias, donde fue detectado por los comandos del grupo Lagartos de la Armada Argentina.
 
Al mando estaba el teniente Alfredo Astiz, y el aviso sobre la posición del Conqueror fue su última (¿única?) acción de guerra: al día siguiente firmaba su rendición ante el capitán inglés Nicholas Baker.
 
Para el 1º de mayo, el submarino ya había llegado al este de la Isla de los Estados, y desde allí observó por periscopio el abastecimiento del crucero en alta mar.
 
La cacería había comenzado.
 
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El Belgrano tenía su historia.
 
Botado en Arizona el 12 de marzo de 1938 como Phoenix, sirvió a la Armada de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.
 
El 7 de diciembre de 1941 estaba en Pearl Harbor cuando la base fue atacada por los japoneses. El buque respondió el ataque, no fue alcanzado por las bombas, y desde entonces peleó en el Pacífico y en el Indico.
 
En marzo de 1946 fue desafectado de la flota norteamericana, y en 1950 fue comprado por la Argentina en 4 millones de dólares. El 12 de abril de 1951 izó por primera vez la bandera de nuestro país, y desde entonces pasó a llamarse 17 de Octubre.
 
El 16 de septiembre de 1955 el crucero se encontraba en Golfo Nuevo, con el resto de la flota sublevada contra el peronismo, y desde allí se desplazó hacia Buenos Aires.
 
Dos días más tarde, el buque llegó al Río de la Plata enarbolando la insignia del comandante de la Marina de Guerra en Operaciones, el almirante Isaac Rojas, que había constituido su comando a bordo.
 
Finalmente, el 22 de septiembre de 1955, un mes después de la caída del peronismo, el buque pasó a llamarse General Belgrano, "dada la inconveniencia de mantener en las unidades navales nombres de personas o hechos cercanos en el tiempo".
 
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Para el 29 de abril de 1982, la flota argentina había sido dividida en tres grupos de tareas que operaban en el Atlántico Sur.
 
El GT3, ubicado en cercanías de la Isla de los Estados, lo integraban el Belgrano, los destructores Piedra Buena y Bouchard y el buque tanque de YPF Puerto Rosales.
 
El plan táctico para el Belgrano era acercarse a Puerto Argentino desde el Sur, para envolver a la fuerza británica que había comenzado a bombardear la posición.
 
La maniobra debía coincidir con el bombardeo de los aviones navales desde el Norte, pero en la tarde del 1º de mayo se suspendió: insólitamente, en la zona no había viento y los aviones no podían despegar.
 
En la madrugada del 2 de mayo, el contralmirante Gualter Allara había ordenado el repliegue de los buques. La instrucción al Belgrano fue dirigirse a posiciones de menor profundidad (no más de 120 metros) para evitar la presencia de los submarinos nucleares.
 
El viejo barco navegaba solo, y el Piedra Buena y el Bouchard lo seguían a unos diez kilómetros al Este, con las transmisiones de radio cortadas, haciendo escucha hidrofónica.
 
Se había pasado del alistamiento de batalla, una especie de alerta rojo, a la situación de crucero de guerra: sólo un tercio de la tripulación estaba en sus puestos de combate. Otro tercio descansaba, y el restante trabajaba o comía. El menú de esa noche no habría desesperado a los gourmets: habría albóndigas con papas hervidas.
 
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El buque había dejado Puerto Belgrano el 16 de abril, 14 días después del desembarco de las tropas argentinas en Malvinas.
 
Aunque la invasión se había iniciado el 2, el crucero estaba en mantenimiento y no pudo sumarse enseguida a la operación.
 
¿Era apto el Belgrano para estar en la primera línea de combate?
 
Su comandante, el capitán de navío Héctor Bonzo, es terminante: "Era un buque absolutamente operativo. Hasta 1981 había ganado el premio del diario La Prensa al mejor tiro de combate de la Flota de Mar. Estaba equipado con misiles antiaéreos CA-Cat y tenía una coraza de acero de 2,5 centímetros de espesor. La tripulación estaba perfectamente entrenada y el buque se modernizaba año tras año".
 
Otras fuentes tienen opiniones diferentes. Un alto jefe militar, con participación en la Guerra de Malvinas, dijo a La Nación: "El Belgrano no estaba en condiciones de combatir. Lo prudente hubiese sido que se quedara en el puerto".
 
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En rigor, el Belgrano nunca entró en combate, pero se convirtió en una trampa para todos sus tripulantes.
 
Tres pequeñas (y milagrosas) historias de la tragedia.
 
La primera, en la cantina. El crucero llevaba a dos cantineros que eran hermanos: los santiagueños Heriberto y Leopoldo Avila. Eran los únicos civiles a bordo, y poco antes de abandonar Puerto Belgrano se les había comunicado que el buque entraba en operaciones, y que tenían derecho a permanecer en tierra. No quisieron.
 
Cuando ocurrió el ataque, "uno de ellos subió a cubierta, pero no quiso tirarse al bote salvavidas porque el otro no estaba. Como no venía, lo fue a buscar, y ninguno de los dos regresó", cuenta Bonzo.
 
La segunda, en la enfermería. Hacía tres días que al conscripto Eduardo Lamaestre lo habían operado de urgencia por apendicitis aguda.
 
En medio de la confusión, se vistió, agarró el salvavidas que le alcanzó un compañero, un bolso azul con elementos de primeros auxilios y provisiones, y se embarcó en una de las balsas. Se salvó, y hoy vive en Bahía Blanca.
 
La tercera, en el sollado. A Walter Morales le faltaban 10 días para terminar la conscripción. En el momento de la explosión estaba en su cucheta, esperando para ir a comer.
 
"Cuando iba al puesto de abandono me crucé con un compañero quemado. Era el cabo Ramón Escobar. Lo llevé a mi balsa, lo ayudé a embarcar y después me tiré yo." Escobar, con quemaduras en casi todo el cuerpo, murió en la balsa antes de que el destructor Piedra Buena pudiera rescatarlo. El oficial a cargo ocultó la muerte a los demás: "Se quedó dormido", les dijo.
 
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El intento por salvar al cabo Escobar daría pie a una foto escalofriante que dio la vuelta al mundo: la del Belgrano, escorado a estribor, sin proa, rodeado de balsas y a punto de hundirse.
 
El improvisado fotógrafo fue el teniente de fragata Martín Sgut. Hoy, 18 años después, dice:
 
"Al recibir la orden de evacuar fui al puesto que tenía asignado. Allí estaba Escobar. Como lo vi sin ropas, volví a mi camarote a buscar algo con qué cubrirlo y en medio de la oscuridad encontré mi campera. La llevé a la balsa, y mientras lo tapaba noté que había algo en un bolsillo. Era una cámara pocket con la que había sacado unas fotos en Ushuaia. Unos minutos más tarde, simplemente me asomé y disparé las últimas fotos que quedaban en el rollo. Después, al llegar a Ushuaia, entregué la cámara con el rollo a mis superiores. Era el testimonio de la muerte de más de 300 camaradas."
 
Una semana más tarde, un oficial que no quiso identificarse citó al fotógrafo Don Rypka, enviado especial de la agencia norteamericana de noticias United Press, al hotel Plaza de Buenos Aires.
 
"Cuando llegué, puso sobre una mesa las fotos del Belgrano hundiéndose, y me dijo que costaban 10.000 dólares", cuenta Rypka, hoy editor fotográfico de La Nación.
 
El fotógrafo se negó a comprarlas porque el día antes, por 200 dólares, habían sido vendidas a su competencia, la agencia Associated Press.
 
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Al segundo comandante del Belgrano, el entonces capitán de fragata Pedro Galazi, el buque le venía como anillo al dedo: habían nacido el mismo día, el 12 de marzo de 1938.
 
Sobrevivió a su barco y fue uno de los más de 700 hombres que alcanzaron las balsas salvavidas y que terminaron siendo los involuntarios (aunque afortunados) protagonistas de una de las mayores operaciones de rescate naval de todos los tiempos.
 
"En la balsa éramos 32 hombres. Casi no nos podíamos mover y estábamos acurrucados unos contra otros. Eso nos salvó del frío y nos salvó la vida: la mayoría de quienes murieron en las balsas, murieron congelados. En aquellas horas, el combate era con el mar."
 
El tenor Darío Volonté tenía 18 años y era cabo en el Belgrano. También se salvó a bordo de una balsa. "La evacuación fue tranquila pero tremenda. Había gente herida, que gritaba y lloraba. Yo sentía que se me movían las tripas y el piso. Había gente con ataques de pánico, otros que cantaban o contaban chistes..."
 
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El crucero General Belgrano parece haber tenido una relación mágica con los domingos.
 
Fue domingo el 7 de septiembre de 1941, cuando el ataque a Pearl Harbor; fue domingo el 19 de agosto de 1945, cuando regresó a su base después de la Segunda Guerra Mundial, y fue domingo el 2 de mayo de 1982, cuando se hundió en aguas del Atlántico Sur.
 
El hundimiento arrastró también las últimas esperanzas de una solución negociada a la Guerra de Malvinas.
 
El presidente peruano, Fernando Belaúnde Terry, había propuesto la administración multinacional compartida de las islas y los archipiélagos de Georgias y Sandwich del Sur, y la propuesta había sido aceptada por el gobierno argentino, Estados Unidos, Alemania, Italia y Canadá.
 
El gobierno británico había prometido su respuesta para las siete de la tarde del 2 de mayo, pero contestó antes, a las 16.01, con los dos torpedos del Conqueror.
 
El reglamento para los capitanes de buques los autoriza a utilizar sus armas para mantener el orden en situaciones de crisis.  El capitán Héctor Bonzo no tuvo necesidad de usarla: cuando abandonaba su barco en medio de la tempestad, la pistola se le había caído al agua. 



Fuente:1982malvinas.com

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