• El ascenso de Galtieri


    El 24 de marzo de 1976 se produjo el golpe de Estado que derrocó a la viuda de Perón y la reemplazó por una junta militar encabezada por el general Jorge Rafael Videla e integrada por el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier Orlando Ramón Agosti.

Publicado el 20 Diciembre 2021  por


El 24 de marzo de 1976 se produjo el golpe de Estado que derrocó a la viuda de Perón y la reemplazó por una junta militar encabezada por el general Jorge Rafael Videla e integrada por el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier Orlando Ramón Agosti

Uno de los principales objetivos de las nuevas autoridades fue encauzar la deteriorada economía argentina, designando para ello al Dr. José Alfredo Martínez de Hoz, veterano funcionario que ya se había desempeñado como ministro de Economía de la provincia de Salta durante el gobierno de la Revolución Libertadora y como secretario de  Agricultura y Ganadería del presidente Guido (1962-1963).

El nuevo funcionario, miembro de una de las familias más conspicuas de la aristocracia nacional, puso en marcha un plan que al primer año de funcionamiento pareció encarrilar el país. Entre otras cosas, se estatizó toda la actividad económica particular; eliminó los controles sobre los precios y las importaciones, el déficit presupuestario se redujo del 13,5% al 4% del Producto Bruto Nacional y la inflación bajó del 920% anual al 86%. Por otra parte, el valor de las exportaciones agrícolas subió un 1540%, es decir, u$s 6.000.000.000 y las reservas de divisas crecieron de u$s 600.000.000 a u$s 7.700.000.000. Además se clausuraron 10.000 km de líneas férreas deficitarias y se obligó a las empresas estatales a modernizar sus métodos contables. Sin embargo, en menos de un año, esa aparente prosperidad se estrelló contra el fracaso dando paso a una aguda crisis que condujo al país al borde de la quiebra.

La otra prioridad que se había impuesto el nuevo régimen fue acabar con el estado de terror, violencia y anarquía que imperaba en la Argentina desde 1969.

En 1970, tres años antes de que el peronismo recuperara el poder, agrupaciones armadas de ultraizquierda comenzaron a operar desde la clandestinidad asesinando, secuestrando, atacando unidades militares y llevando a cabo cruentos atentados terroristas. Dos de ellas, el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), de tendencia guevarista y los Montoneros, peronistas de izquierda, constituyeron verdaderos ejércitos que pusieron al país en estado de guerra y lograron desestabilizar a los gobiernos de turno.

Montoneros, fue el de mayor envergadura, surgido del nacionalismo católico y de la clase acomodada, logró conformar una compleja estructura que operó a nivel urbano en todo el país.

Siguiendo los lineamientos trazados por el Che Guevara en su libro La guerra de guerrillas, el ERP llevó su accionar desde las ciudades (su primer campo de batalla) al ámbito rural, iniciando acciones de guerra convencional al estilo Vietnam que forzaron a Perón y su esposa a poner en marcha un operativo especial para combatirlo.

Junto al ERP y los Montoneros actuaron agrupaciones de menor envergadura pero igualmente combativas como las FAL (Fuerzas Armadas de Liberación), las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas) las cuales, junto a las anteriores, desataron una guerra subversiva sin precedentes, cobrándose la friolera de 1200 muertos entre 1970 y 1976.

En ese lapso, los terroristas ocuparon 50 poblaciones, atacaron comisarías, cuarteles y unidades militares, asaltaron 166 bancos, efectuaron 185 secuestros y produjeron miles de atentados explosivos, obteniendo de aquel accionar, una suma cercana a los u$s 176.000.000.

La guerra comenzó el 29 de mayo de 1970 cuando en el macrocentro porteño, un grupo comando montonero que lucía uniformes militares, se presentó en el domicilio particular del ex presidente Pedro Eugenio Aramburu, Montevideo 1053, para secuestrarlo y conducirlo a una estancia de la apartada localidad de Timote, provincia de Buenos Aires. Una vez allí lo sometió a juicio sumario y condenó a muerte por haber ordenado los fusilamientos del general Valle, sus compañeros de armas y varios civiles en 1956 y el secuestro y desaparición del cadáver de Evita.

Fue ejecutado de de un disparo en el pecho el 1 de junio, mientras estaba maniatado. Fue el primero de una serie de atentados que se sucedieron ininterrumpidamente hasta 1979, cuando el accionar insurgente comenzó a declinar.

La violencia alcanzó su clímax en  1973, con la llegada al gobierno del candidato peronista Héctor J. Cámpora que liberó a decenas de delincuentes subversivos, y tuvo su punto de “no retorno” en 1974 cuando Perón expulsó a los montoneros de Plaza de Mayo durante un multitudinario acto frente a la Casa de Gobierno, en momentos en que aquellos le exigían a los gritos “la revolución”. A partir de entonces, la banda subversiva incrementó su accionar regresando a la clandestinidad y retomando la lucha armada que había suspendido cuando el líder justicialista asumió su tercera presidencia. Si se suma a ello la corrupción de los altos funcionarios, la inmoralidad, la demencia y la ola de delincuencia común que se había desatado como consecuencia del caos imperante, no resultará difícil imaginar la situación argentina cuando los militares tomaron el poder.

Pero no solamente la extrema izquierda fue causa de aquella violencia. Como contrapartida, para balancear su accionar, grupos de ultraderecha organizados y armados por el mismo Perón con el apoyo de su ministro de Bienestar Social (y verdadero conductor del país tras su muerte) José López Rega, conformaron la temible Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y se lanzaron a la lucha, dispuestos a aniquilar no solo a los grupos subversivos sino a todo vestigio de oposición a la figura del líder

La flamante agrupación, organizada sobre la base de elementos provenientes de las Fuerzas Armadas, la Policía Federal y la Policía de la Provincia de Buenos Aires, la mayoría pasados a retiro, incluyó también cuadros paramilitares y civiles provenientes de agrupaciones sindicales, nacionalistas y de extrema derecha como el Comando de Organización, el Partido Ario Nacionalista Integral (PANI) y “mano de obra desocupada”.

A bordo de los inconfundibles Ford Falcón verdes, esos verdaderos escuadrones de la muerte iniciaron un contraataque tan despiadado y feroz, que una agobiante sensación de terror sumió a la ciudadanía en la más pesada atmósfera. Fue el preludio de lo que iba a ocurrir a partir de 1976, con hombres enmascarados, vestidos de civil, provistos de armamento sofisticado, lanzados a las calles para secuestrar, torturar y asesinar a mansalva tanto a militantes de izquierda como a opositores al régimen y en algunas ocasiones, a ciudadanos de origen judío.

Entre 1974 y 1975, el Ejército Revolucionario del Pueblo abrió un frente rural en la provincia de Tucumán iniciando operaciones de guerra perfectamente sincronizadas, Buscaban crear una “zona liberada” a efectos de gestionar en la ONU reconocimiento internacional y expandir desde allí la revolución trotskista por la región.

Los guerrilleros, que utilizaban su propio uniforme, su bandera y sus insignias, contaban con armamento sofisticado, efectuaban paradas militares y emitían proclamas como un ejército regular. El gobierno constitucional respondió poniendo en marcha una operación de envergadura, ordenando a las Fuerzas Armadas el “aniquilamiento total” de los elementos subversivos.

Habiendo resultado infructuoso el accionar de las fuerzas policiales tanto de la provincia como de la nación, se puso en práctica el Operativo Independencia, vasto plan por medio del cual, los efectivos regulares de las tres armas se internarían en los montes, para buscar a un enemigo tan despiadado que no había dudado en asesinar, incluso, a niños de corta edad.

Cumpliendo con expresas disposiciones emanadas del gobierno, el Ejército movilizó los 5000 efectivos de la V Brigada de Infantería con asiento en Tucumán y los reforzó con cuadros de otras unidades, al tiempo que disponía el alistamiento de la Fuerza Aérea y la Gendarmería Nacional.

La guerra fue realmente sangrienta, con un elevado número de muertos y heridos en combates, batallas y bombardeos aéreos.

En un primer momento, el ERP enfrentó a sus oponentes de igual a igual, continuando con su estrategia de ocupar poblados, confiscar bienes y ejecutando campesinos acusados de colaborar con el enemigo.

Desde lo más profundo de la espesura realizaron audaces incursiones para extender su radio de acción a otras provincias como Catamarca, La Rioja, Formosa y Córdoba y hasta cometieron atentados en la misma capital provincial como el que le costó la vida al capitán Humberto Viola y a su pequeña hija de tres años y dejó gravemente herida a la otra de cinco.

Para contrarrestar su accionar, el Ejército contraatacó con artillería pesada e incursiones de grupos comando mientras la Infantería se adentraba en el monte realizando un movimiento envolvente y la Fuerza Aérea llevaba a cabo acciones de bombardeo, ametrallamiento y observación, con aviones Skyhawks A4B, IA-58 Pucará de fabricación nacional e incluso B-45 Mentor de entrenamiento. De esa manera, fueron arrasados los campamentos y puestos de avanzada que la guerrilla había montado en la región.

Hay versiones que confirman el uso de napalm, como en Vietnam, para desalojar a los subversivos de las regiones más difíciles. Lo cierto es que el poder de fuego de aquellas bandas armadas fue tan fuerte que incluso derribaron varias aeronaves, entre ellas un Twin Otter DCH-6 que llevaba a bordo a altos oficiales del Ejército, entre ellos los generales Enrique Eugenio Salgado, comandante del III Cuerpo y Ricardo Agustín Muñoz; un helicóptero Bell UH-1H de la misma arma y un avión Hércules C-130 de la FAA que despegaba del Aeropuerto “Benjamín Matienzo” de la ciudad de Tucumán. El aparato transportaba de regreso a San Juan 114 efectivos de la Gendarmería Nacional, seis de los cuales fallecieron y otros 31 resultaron heridos, un hecho de magnitud, perpetrado por Montoneros el 29 de agosto de 1975, cuando brindaban apoyo al ERP en la zona de operaciones.

La guerrilla urbana, por su parte, continuó sus acciones, liderada por elementos del ERP y Montoneros, estos últimos autodenominados “Soldados de Perón”.

Dada esa situación, no es de extrañar que toda la población o, al menos, una amplia mayoría, aplaudiera y apoyara el golpe el 24 de marzo de 1976.

Cuando la Junta Militar asumió el gobierno, la Argentina semejaba un país ocupado. Todo el mundo era sospechoso. Se producían detenciones, allanamientos y secuestros a la vista de la gente y esas personas raramente volvían a aparecer. Cuerpos masacrados, espantosamente mutilados, se encontraban a diario en zonas descampadas. Nadie se atrevía a hablar y mucho menos a alzar la voz. La población comentaba en susurros lo que sucedía o se hacía la distraída, aplicando la política del “no te metás”.

En 1978 la Argentina fue condenada por numerosos países del mundo, entre ellos EE.UU., por lo que se decía eran sus continuas violaciones de los derechos humanos. Por esa razón, la administración Carter aplicó la enmienda Humphrey-Kennedy que prohibía y boicoteaba la venta de armamentos a nuestro país al tiempo que iniciaba investigaciones tendientes a esclarecer lo que estaba aconteciendo. El gobierno norteamericano, incluso, envió representantes.

Europa, por su parte, encabezada por Francia, también alzó su voz pero ninguno de aquellos países dejó de enviar sus seleccionados cuando la Argentina organizó el campeonato mundial de fútbol en 1978.

En lo que al acontecimiento deportivo se refiere, el mismo le vino como “anillo al dedo” al régimen militar pues sus máximos representantes creyeron ver la oportunidad de echar un manto de olvido sobre las graves acusaciones que pesaban sobre ellos.

El pueblo suele olvidar fácilmente las cosas y unos pocos encuentros deportivos (en especial, el dudoso triunfo frente a Perú), sirvieron para que se diera el “milagro”.

La muchedumbre salió a las calles saltando y festejando y al día siguiente, enfervorizada por la obtención del título, corrió a Plaza de Mayo y una vez frente a la Casa Rosada, vivó y aplaudió a las autoridades las cuales, encabezadas por el general Videla, salieron a los balcones para ser aclamadas.

Por entonces, las fuerzas subversivas se hallaban prácticamente aniquiladas aunque la desaparición de personas vinculadas a ellas continuaba. Y así fue como surgieron grupos de familiares que comenzaron a reunirse frente al Palacio de Gobierno, para reclamar por los suyos. Durante dos años serían la única voz de protesta en la Argentina.

Alarmadas por todo eso, las Naciones Unidas comenzaron a investigar a fondo en tanto se hablaba de 30.000 desaparecidos en manos de los militares, cifra que en absoluto se ajusta a la realidad. El Grupo de Trabajo sobre Desaparecidos de la ONU arrojó como resultado un número cercano a 9000 muertos y desaparecidos (sin contar los 1200 que había provocado la guerrilla marxista), muy similar al que obtendría la CONADEP al cabo de unos años. De esos 9000 muertos, 6500 correspondían al período militar, 500 al que va de 1970 a 1973 y los 2000 restantes al de 1973 a 1976. Un dato significativo fue la aparición con vida de varios de ellos tras terremoto de México en 1985.

En 1981 los militares se dieron cuenta que la hora de regresar a los cuarteles había llegado. Después de cinco años de gestión, el general Videla, su ministro de Economía y otros altos funcionarios se alejaron del gobierno para ser sucedidos por una nueva junta militar encabezada por el general Roberto Eduardo Viola, cuya intención era convertirse en “el hombre que le abriría nuevamente las puertas a la democracia”, llamando a elecciones.

Por esos tiempos, el general Leopoldo Fortunato Galtieri, quien al producirse estos cambios se desempeñaba como jefe del II Cuerpo de Ejército con asiento en Rosario, fue designado comandante en jefe del Ejército, último escalafón, según varios analistas, para alcanzar la presidencia de la Nación.

El mandato de Viola solo duró nueve meses, lapso en el cual el gobierno norteamericano, encabezado por el republicano Ronald Reagan, lo invitó a mejorar las relaciones (16 de mayo de 1981). De esa manera, Washington y Buenos Aires estrecharon vínculos y la nueva administración estadounidense levantó las restricciones que pesaban sobre la Argentina con respecto a la compra de armamentos, ignorando las protestas de muchas naciones del hemisferio, en especial Chile.

Galtieri, devoto admirador de los EE.UU., formó parte de la comitiva del general Viola cuando aquel viajó al país del norte, convirtiéndose en una de los más entusiastas impulsores de la nueva política de acercamiento.

El corpulento oficial argentino causó muy buena impresión entre sus pares norteamericanos, quienes lo trataron como a una verdadera estrella de cine y hasta lo compararon con el actor George C. Scott en su legendario papel de Patton. Según versiones de varios testigos, eso satisfizo enormemente a Galtieri que aprovechó la ocasión para sacar provecho.

El epílogo de aquel memorable periplo fue el almuerzo que el embajador Esteban Takacs ofreció a la delegación, en la embajada argentina en Washington al que concurrieron el secretario de Defensa de los EE.UU., Caspar Weinberger; el consejero de Seguridad de la Casa Blanca, Richard Allen; el jefe de Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos, general Edgard Meyer; el secretario adjunto de Estado para América Latina, Thomas Enders; su segundo, Jeffrey Briggs; William Middeford, acaudalado empresario que acababa de ser designado embajador en al OEA por sus contribuciones para financiar la campaña del nuevo presidente; Paul Roberts, subsecretario de Política Económica; John Marsh, secretario del Ejército; el general Vernon Walters; Alejandro Orfila, secretario general de la OEA y Raúl Quijano, secretario argentino ante aquel organismo.

Al finalizar el almuerzo, el general Galtieri pronunció unas palabras que los analistas consideraron claves para el futuro inmediato. Dijo que, a nivel internacional, “la Argentina debía desempeñar un papel principal en el mundo y no conformarse con un segundo puesto”.

Hemos dicho anteriormente, que el presidente Viola se mostraba dispuesto a devolver la democracia al país, idea que no compartía en absoluto el resto de la cúpula militar. De mese modo, comenzaron a surgir los primeros roces y desacuerdos que llevarían a la destitución del primer mandatario, hecho que se produjo el 11 de diciembre siguiente, cuando adujo cuestiones de salud. Lo sucedió el 22 el mismísimo Galtieri, después de los breves interinatos de los generales Horacio Liendo y Carlos Alberto Lacoste.

Al parecer, Galtieri se enteró de la destitución de Viola cuando estaba a punto de abordar el avión que lo traería de regreso al país, noticia que lo puso bastante nervioso y hasta le borró su característica sonrisa del rostro. Con él asumió una nueva junta militar que completaban el almirante Jorge Isaac Anaya, el hombre duro del nuevo gobierno, inflexible y acérrimo partidario de tomar los archipiélagos australes por la fuerza y el moderado brigadier Basilio Lami Dozo, representante del sector menos significativo de las Fuerzas Armadas; como canciller fue designado un veterano en esas lides, el Dr. Nicanor Costa Méndez, ministro de Relaciones Exteriores y Culto en tiempos de Onganía y como ministro de Economía al no menos experimentado Dr. Roberto T. Alemann, que ya había ocupado esa cartera en 1961 y era propietario del “Argentinischen Tageblatt”, diario de habla alemana1.

A partir de ese momento, el vínculo con los EE.UU. se fortaleció y pareció tomar visos de alianza con Washington y Buenos Aires convertidas en “pareja de enamorados”, tal como acertadamente lo expresa el periodista español Enrique Yeves en su libro Los Contra. Una guerra sucia. De esa manera, las condiciones para poner en práctica políticas temerarias parecieron cobrar cuerpo.

Como es sabido, entre 1978 y 1979 Argentina y Chile habían estado al borde de la guerra a raíz de su diferendo por el Canal de Beagle, más precisamente la posesión de las islas Picton, Lennox y Nueva y sobre todo, las 200 millas marítimas al este del Estrecho de Magallanes, adjudicadas al país araucano por un fallo arbitral internacional en 1977. La situación alcanzó tal grado de peligrosidad, que la flota argentina llegó a zarpar de sus bases y, según se supo después, unidades navales y avanzadas del ejército penetraron en territorio chileno, siendo detenidas a tiempo, antes de entrar en contacto con el enemigo. La mediación papal evitó la contienda a tiempo y aflojadas las tensiones, la calma volvió a renacer en los helados confines del sur, pero la política belicista de la junta argentina no se había aplacado.

Producidos los sucesivos cambios de gobierno (Videla por Viola y éste por Galtieri), el nuevo mandatario pudo poner en práctica aquello de que “la Argentina debía desempeñar un papel  principal y de primer orden”, dentro del contexto mundial. Primero fue la intención de enviar tropas a Sinaí en apoyo de las fuerzas multinacionales de paz que debían hacer cumplir los acuerdos firmados en Camp David y después, la intervención directa en Centroamérica, convenio mucho más provechoso para los norteamericanos y complejo para Buenos Aires ya que exigía su intervención directa en el terreno militar.

Desde 1979 la situación en Nicaragua y El Salvador empeoraba y como EE.UU. había reducido su presencia en la zona a unos pocos “asesores”, Argentina fue a ocupar el espacio que el gran coloso del norte dejaba, para realizar allí el trabajo sucio que aquel no quería hacer2.

No era la primera vez que nuestro país intervenía en un conflicto armado extraterritorial en lo que iba del siglo XX. Cierto es que hasta la Segunda Guerra Mundial había mantenido una política de neutralidad que incluso se siguió respetando en numerosas oportunidades, una de ellas en 1950, cuando el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas planteó a Perón la necesidad de enviar fuerzas militares a Corea del Sur, sugerencia  que el canciller Hipólito Paz se apresuró a rechazar3. Idéntica actitud adoptaría el gobierno del Dr. Arturo H. Illia en 1965, al recibir un pedido de la OEA solicitando un contingente para la República Dominicana, siendo en aquella ocasión el ministro de Relaciones Exteriores, Dr. Miguel Ángel Zavala Ortiz, el encargado de negarla. Tampoco se respondieron favorablemente las cautelosas sugerencias de los EE.UU., de enviar tropas argentinas al sudeste asiático durante la guerra de Vietnam, aunque sí se despacharon unos pocos observadores.

La desmemoriada opinión pública argentina olvidó que en 1962, durante la Crisis de los Misiles, el país se sumó al bloqueo impuesto a Cuba por los EE.UU. y la OEA, en ocasión de haberse implantado el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR).

En aquella oportunidad, la Argentina envió hacia el Caribe una fuerza integrada por los destructores “Rosales” y “Espora” que se sumaron al bloqueo junto a unidades de Estados Unidos, Venezuela, Honduras, Guatemala, Canadá y otros países del continente. También se desplegaron aviones Albatros y turbohélices C-130 y DC-4 con efectivos de la Fuerza Aérea, para llevar a cabo tareas de control y patrulla en tanto en Buenos Aires efectuaba aprestos la X Brigada del Ejército.

En 1969, cuando estalló la llamada “Guerra del Fútbol” entre Honduras y El Salvador, Argentina envió tropas (Fuerza Aérea y Ejército) que tomaron parte en operaciones de cese del fuego y mandó observadores hacia conflictos distantes como la Guerra de los Seis Días, el Congo e Irán-Irak.

Con el Proceso de Reorganización Nacional en el gobierno, nuestro país se dispuso a intervenir nuevamente en el exterior.

Primero fue Chile, utilizando como pretexto un diferendo que se había solucionado en 1881. En 1979 el gobierno de Videla envió a Nicaragua efectivos, armamento y fondos para sostener al régimen de Anastasio Somoza Debayle. Caído éste, aquellos cuadros abandonaron presurosamente el país al que también habían ido para combatir a elementos montoneros infiltrados en las filas sandinistas, desapareciendo junto a ellos numerosos instructores norteamericanos.

El brutal atentado que subversivos argentinos perpetraron en la capital del Paraguay contra el exiliado dictador nicaragüense4 pareció actuar como incentivo para que la Junta Militar se decidiese a intervenir fuera de sus fronteras. Una primer avanzaba, cuyo número oscilaba entre 500 y 1000 efectivos del Ejército y asesores militares, llegaron a Honduras a bordo de aviones Hércules C-130 que transportaban gran cantidad de armamento5. Esas tropas, que incrementarían su número con el paso del tiempo, levantaron campamentos a lo largo de las fronteras con Nicaragua y El Salvador y allí comenzaron a adiestrar a los “contras”, las fuerzas antisandinistas que intentaban derrocar al gobierno revolucionario de Managua, para llevar a cabo misiones de sabotaje y guerrilla en ambos países.

Según el semanario norteamericano “Newsweek”, la operación se iba a denominar “Charlie” y consistía en un movimiento de envergadura en el que “fuerzas de paz”, encabezadas por la Argentina, sacarían a los guerrilleros de ambas naciones y los empujarían hacia territorio hondureño para que el ejército regular de ese país los aniquilase en un movimiento de pinzas.

Un oficial de las fuerzas armadas de los Estados Unidos llegó a revelar, tiempo después, que la Argentina tenía en la región más de 500 efectivos de su ejército operando desde Honduras en acciones de sabotaje contra Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Costa Rica.

Entre aquellas tropas había asesores, comandos, expertos en demoliciones, personal de Inteligencia y siniestros personajes encargados de aplicar las tenebrosas tácticas de los tiempos de la represión en su propio país, todo ello financiado por el gobierno norteamericano con fondos que, en algunos casos, administraban elementos civiles de extracción nacionalista enviados a la zona de operaciones junto a los militares.

En 1980 la Argentina intervino activamente en el golpe de estado que derrocó a la presidenta constitucional de Bolivia, Lidia Gueiler (1980) y colocó en su lugar al general Luis García Meza, enviando al altiplano a efectivos del Batallón 601 de Inteligencia.

Buenos Aires se involucró también en conflictos extra continentales, uno de ellos la guerra Irán-Irak, proveyendo armamento y equipo al primero a través de un corredor aéreo que se extendía desde el puerto de Lárnaca, en Chipre, hasta Teherán.

El 18 de julio de 1981 el Canadair CL-44D matrícula LV-JTN de Transporte Aéreo Rioplatense, empresa fundada en 1969 para encubrir operaciones clandestinas de la Fuerza Aérea Argentina, fue derribado por un Sukoi Su-15 Flagon piloteado por el teniente Valentín Kuliapin, cuando sobrevolaba el espacio aéreo soviético.

El piloto ruso había intentado infructuosamente hacer descender a la nave y cuando su par argentino se abalanzó con ella sobre él, recibió desde tierra la orden de abatirlo. Kuliapin hizo una embestida aérea de tipo "tarán", desarrollada por los rusos en la Segunda Guerra Mundial, golpeando con su fuselaje el plano derecho del timón que al desprenderse, produjo la caída del aparato.

Lo significativo de ello fue que el caza ruso también se precipitó a tierra al recibir sobre su estructura el impacto de varias piezas metálicas. Kuliapin logró eyectarse y aterrizó en territorio armenio; el carguero argentino se estrelló a 50 kilómetros de Ereván, pereciendo sus tres tripulantes, el capitán de corbeta retirado Héctor Ismael Cordero, ex piloto de la Aviación Naval, el primer oficial Hermette Boasso y el ex suboficial mayor de la FAA José Butragueño (todos oficiales de la Fuerza Aérea) además del pasajero, Stuart Allen McCafferty, traficante de armas escocés de 38 años.

Aquellos “trabajos extra” efectuados por las fuerzas armadas argentinas con el visto bueno de la CIA, contribuyeron en gran medida a que la miope Junta Militar interpretara que en caso de estallar un conflicto armado con Gran Bretaña, los Estados Unidos apoyarían abiertamente su causa.

Muy pronto, los soberbios militares del Proceso de Reorganización Nacional sufrirían un terrible desengaño.











Notas
1 También fue embajador en los Estados Unidos.
2 Ver al respecto. Alberto N. Manfredi (h), La política de agresión argentina en el continente
(https://intervencionamericacentralbolivia.blogspot.com/).
3 Desde 1945 el líder justicialista intentaba dar forma a la “Tercera Posición”, un ambicioso plan continental por medio del cual, la Argentina sujetaría a su control a las naciones de América Latina, escapando, a la órbita norteamericana y soviética. Eso le valió sanciones que se agravaron cuando la comunidad de países desarrollados vio con verdadera preocupación como ese proyecto cobraba cuerpo. Perón estuvo a punto de anexar a Chile en una suerte de “anschluss” sudamericano, que contó con el apoyo de elementos locales, entre ellos, el general Carlos Ibáñez del Campo; Getulio Vargas llegó al poder en Brasil a través de una campaña financiada desde la Argentina; Paraguay, Bolivia y Perú cayeron bajo su influencia y dirigentes sindicales justicialistas hicieron pie en Colombia, Venezuela y Chile para expandir su ideal y preparar el terreno. El incremento de su escuadra naval, el desarrollo de una poderosa flota mercante y una industria pesada nacional que tuvo su fuerte en los electrodomésticos, en la producción automotriz, agropecuaria y tecnológica; su programa armamentista que incluyó el desarrollo de cazas a reacción (Pulqui I y II), entrenadores avanzados biplaza (DL-22), bombarderos monomotores (Calquin), transportes ligeros biturbo hélices (Guaraní II), monoplanos bimotores (Huanquero), bombas voladoras (PAT-1), misiles (AN-1 Tábano) y motores cohete (AN-1) elaborados en el Instituto de Investigaciones Científicas de la Fuerza Aérea Argentina además de su propio programa nuclear; sus estrechos lazos con nazis, fascistas, ustachas, colaboracionistas franceses prófugos y el régimen de Franco, el equipamiento de sus FF.AA. y su política imperialista, llevaron a una cuasi ruptura con los EE.UU. y las naciones del primer mundo que tuvo en vilo a la opinión pública internacional entre los años cuarenta y cincuenta.
4 El atentado fue perpetrado por un comando del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), encabezado por Enrique Gorriarán Merlo. Junto a Somoza perecieron su asesor económico, el colombiano Jou Baittiner y el chofer Julio César Gallardo, su antiguo guardaespaldas.
5 Alberto N. Manfredi (h), La política de agresión argentina en el continente
https://intervencionamericacentralbolivia.blogspot.com/


Fuente: Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Autor: Alberto N. Manfredi (h)

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