• La guerra submarina argentina. La epopeya del “San Luis”


    La mañana de aquel gris 11 de mayo, nadie sabía nada del “Isla de los Estados”, ni en Puerto Argentino ni en las bases continentales

Publicado el 14 Noviembre 2021  por


La mañana de aquel gris 11 de mayo, nadie sabía nada del “Isla de los Estados”, ni en Puerto Argentino ni en las bases continentales aunque, desde hacía horas, se suponía lo peor. A tal efecto, se despacharon hacia la zona donde aquel navegaba antes de perder contacto los requisados “Forrest” y “Penélope”, de la pequeña flotilla malvinense.

El primero llegó a la bahía de Howard temprano por la mañana, antes del amanecer y allí encontró lo que parecían ser botes de desembarco británicos, posiblemente del SAS y el SBS, aunque ningún indicio de su presencia. Pese a la novedad, las embarcaciones siguieron la búsqueda de sobrevivientes, si es que los había y recién el 13 encontraron los primeros indicios del desastre. Tres días después, según se ha dicho, dieron con el capitán de corbeta Alois Payarola y el marinero Jorge Eduardo López quienes desde hacía seis días intentaban infructuosamente llamar la atención de los equipos de búsqueda.

Fue entonces que en la Argentina se supo el triste destino del transporte naval y su tripulación.

Al hundirse, el “Isla de los Estados” se había tragado a toda su gente, incluyendo las pocas balsas que se habían arrojado al mar, llevándose consigo muertos, heridos, sobrevivientes y una preciosa pieza de artillería destinada a la guarnición argentina de Puerto Howard.

En esos días, dos Boeing 707 de la Fuerza Aérea hicieron vuelos de exploración lejana, el primero (vicecomodoro Horacio Genolet) el día 10 y el segundo (vicecomodoro Marcelo A. Conte) el 11, detectando al buque hospital HMS “Uganda” cuando navegaba en la posición  48º 35’ S, 48º 58’ O.

Por el lado británico, un avión Nimrod con asiento en la isla Ascensión, llevó a cabo misiones de reconocimiento submarino mientras en Puerto Argentino y en el alto mando del TOAS se recibían las primeras señales de un posible desembarco en San Carlos.

Esto último llevó al estado mayor del general Menéndez a desplegar hacia la zona una sección del Regimiento de Infantería 25 estacionada en Puerto Darwin/Prado del Ganso, el Equipo de Combate “Güemes”, al mando del teniente primero Carlos Daniel Esteban.

Mientras la guarnición argentina apostada en Malvinas recibía cañoneo naval y soportaba el bombardeo de los Sea Harrier, bastante impreciso por hacerse desde gran altura, cazabombarderos Skyhawk A4Q de la Armada aterrizaban en la base aérea de Río Grande en tanto aviones Super Étendard realizaban vuelos de práctica con vistas a nuevas misiones de ataque.

El 11 de mayo el Estado Mayor recibió un pedido del brigadier mayor Hellmuth Conrado Weber, jefe del Comando Aéreo Estratégico en Comodoro Rivadavia, solicitando dichos aviones para ponerlos bajo el control del FAS. El experimentado aviador, que ya conocía la guerra por haber combatido en la Revolución Libertadora, aspiraba a centralizar las operaciones aéreas bajo un único mando, pero su solicitud no fue atendida por lo que los aparatos siguieron bajo las órdenes del vicealmirante Lombardo.


Un inconveniente que debió afrontar el mando naval argentino fue las limitaciones de sus submarinos, incapacitados de proveer apoyo adecuado a la flota.

El ARA “Santa Fe” (S-21) había sido hundido en las Georgias y el ARA “San Luis” (S-32) carecía de la tecnología adecuada para enfrentar sólo a una fuerza de tareas de la envergadura de la Royal Navy.

En cuanto a los dos restantes, el veterano ARA “Santiago del Estero” (S-22) y el ARA “Salta” (S-31), padecían serios inconvenientes que los mantendrían alejados del teatro de operaciones.

Sucesor de otros dos sumergibles del mismo nombre1, el “Santiago del Estero”, había agotado su vida útil y desde mediados de 1981 esperaba el momento de ser desguazado. Sin embargo, antes de su muerte, iba a brindar un último servicio a la patria.

La noche del 19 de abril, en el marco de una operación secreta, el capitán de fragata Duilio Isola se cruzó con uno de sus hombres, el marinero Daniel Mesa y le dijo que estuviera atento porque se les había encomendado una misión.

-Prepárese que nos vamos en el “Santiago del Estero”

Mesa quedó asombrado y por eso se volvió, para preguntar cuál era el destino.

-¿A dónde vamos, señor?

-¿Cómo a donde? –respondió Isola con una sonrisa- ¡A la guerra!

Al marinero le extrañó mucho aquello. ¿Cómo podían comisionarle una misión al “Santiago del Estero” si estaba radiado desde mediados del año anterior. Ignoraba que el capitán Isola había recibido órdenes de partir antes de 48 horas y por esa razón, había que acondicionar al submarino lo antes posible.

Se ordenó el alistamiento de los hombres y sin perder siquiera un minuto, se puso todo el mundo a trabajar, tripulación y personal de la base.

La noche del miércoles 21 de abril, un remolcador se arrimó lentamente al “Santiago del Estero” y después de pegarse a su proa, arrojó el cable para sujetarlo. Una hora después se les ordenó a los veintiún marinos y al único conscripto de la dotación, ocupar sus puestos y esperar nuevas instrucciones.

Había emoción y expectativas a bordo porque el país estaba en guerra y se les estaba encomendando una misión. Estaban frescos los recuerdos de 1978, cuando durante la crisis del Canal de Beagle, el viejo sumergible ingresó en aguas chilenas y se posicionó en la zona de patrulla asignada, al sudeste de la isla Caroline, donde tuvo en la mira y fotografió al submarino enemigo “Simpson” cuando realizaba tareas en superficie, sin que su tripulación se percatase de su presencia.

Los marineros aguardaban en sus respectivos lugares cuando el capitán Isola y su segundo bajaron por la escalerilla y ocuparon sus puestos. En ese momento, el comandante tomó el micrófono y a través del equipo de a bordo informó que todo estaba listo. Muy despacio, en medio de la noche, el submarino comenzó a ser remolcado hacia la entrada del apostadero hasta ganar aguas abiertas.

Navegaron en superficie durante todo el 22 y recién al pasar frente a Monte Hermoso, en la madrugada del 23 de abril, los hombres a bordo, supieron que se dirigían a Puerto Belgrano.

El viejo submarino, ingresó lentamente por el canal de acceso, dejando a su izquierda la isla Bermejo y a su derecha, algo más adelante, al arroyo Parejas, divisando poco después, la entrada de la gran base naval.

Cerca del medio día, tras aminorar la marcha, el submarino viró hacia babor y con mucha precaución ingresó en el Muelle C, a la vista del personal de otras naves allí amarradas.

Después de atracar, el capitán ordenó a la tripulación abandonar la nave y en horas de la noche, el submarino fue sumergido como parte de una estrategia destinada a engañar al enemigo y hacerle creer que había cuatro sumergibles operando en el Atlántico Sur2.

La idea surtió efecto ya que la Task Force debió desviar recursos para vigilar amplias zonas del Atlántico Sur en busca de la veterana unidad.

En cuanto al “Salta” y el “San Luis”, ambos de la defectuosa clase 209 de origen alemán, se trataba de unidades prometedoras cuando la Argentina, tanto por su origen como por la excelente publicidad de la que venían precedidas, decidió proveerse de ellas.

Desarrollados por el consorcio Howaldtswerke Deutsche Werft AG de Kiel, Alemania, habían sido adquiridos en 1969, durante el gobierno del teniente general Juan Carlos Onganía, previo contrato firmado el 30 de abril de ese año, aprobado por el decreto “S” Nº 3379/69 del 16 de junio.

Se trataba de unidades de ataque diesel-eléctricas, de 55,9 metros de eslora, 6,20 de manga y 5,50 de calado, impulsadas por 480 elementos de baterías de plomo ácido provistos por un motor de 5000 HP a 200 revoluciones por minuto de potencia. Los mismos daban impulso al eje y a la hélice de cinco palas de paso fijo y 3,20 metros de diámetro, lo que les permitía desarrollar una velocidad de hasta 22 nudos en inmersión y de 12 a 14 en superficie o en snorkel. Ocho tubos lanzatorpedos de 21 constituían su armamento junto a torpedos Telefunken SST-4 y MK-37, además de las minas submarinas que también podían transportar.

La autonomía de los 209 era de 50 días y su tripulación de 36 hombres, estaba compuesta por 28 marineros y ocho oficiales.

Tanto el “Salta” como el “San Luis”, llegaron a la Argentina desarmados. Fueron ensamblados y puestos a punto en los Astilleros Tandanor de la ciudad de Buenos Aires y luego botados, el primero el 12 de noviembre de 1972 y el segundo el 3 de abril de 1973, siendo asignados al Comando de la Fuerza de Submarinos (COFUESUB) el 24 de mayo de 1974, durante el tercer gobierno de Perón y el 9 de febrero del año siguiente respectivamente3.

A partir de entonces, ambas unidades tomaron parte en un sinnúmero de maniobras y pruebas de adiestramiento, llevando a cabo prolongados viajes que incluían aproximaciones al archipiélago malvinense. Entre las tareas que se les asignaron destacan las misiones de patrulla, reconocimiento, minado, transporte de tropas anfibias y cobertura de unidades de superficie.

En 1975, el “San Luis”, hizo relevamiento fotográfico, ejercicios simulados con computadora sobre embarcaciones en navegación, en las zonas de patrullaje y cobertura de unidades propias.

Durante el conflicto con Chile por el Canal de Beagle, la Armada Argentina, cumpliendo directivas de la Junta Militar que gobernaba entonces, puso en marcha el denominado Operativo Soberanía destinado a ocupar las islas Picton, Lennox y Nueva así como varios puntos del país vecino. Dentro de ese marco, la flota argentina fue despachada hacia el sur al tiempo que se movilizaban a las principales unidades del Ejército y se ponía en estado de combate al total de la aviación.

En esa oportunidad, la fuerza de submarinos, integrada por el “Santiago del Estero” (SUSE), el “Santa Fe” (SUSF), el “San Luis” (SUSL) y el “Salta” (SUSA), fue desplegada a la zona de operaciones, al sudeste de Tierra del Fuego, en torno a la Isla de los Estados y el sector comprendido entre el Cabo de Hornos y el falso Cabo de Hornos, donde iniciaron el patrullaje de las áreas asignadas.

El “Santa Fe” y el “Santiago del Estero” ingresaron en aguas jurisdiccionales chilenas sin ser detectados. El primero se posicionó en inmediaciones de la Bahía Cook, entre las islas Hoste, Gordon y Londonberry, para patrullar por el oeste el acceso al Canal de Beagle y el segundo algo más al sur, frente a la isla Caroline, paso obligado de la flota chilena en caso de desplazarse hacia la zona de operaciones.

El “Salta”, por su parte, se ubicó en el extremo sur del Cabo de Hornos, haciendo furtivos ingresos en aguas enemigas sin ser detectado y el “San Luis”, que venía experimentando fallas mecánicas4, en la boca oriental del Estrecho de Magallanes, previo paso por la Isla de los Estados donde el buque nodriza “Aracena”, debía prestarle asistencia.

Fue en esa ocasión que, según hemos referido, el “Santiago del Estero” tuvo en la mira a su similar “Simpson” de la armada chilena, en momentos en que este se hallaba en superficie con algunas tapas de la cubierta abiertas, cerca del sector de tuberías de inducción, lo que hubiera hecho imposible una inmersión inmediata.

Contenido el enfrentamiento por la oportuna intervención del Papa Juan Pablo II, las unidades regresaron a su base para ingresar en astilleros y después de los trabajos de rigor, retornar a sus tareas habituales.


Al momento de la recuperación de las Malvinas el “San Luis” había reasignado parte de su tripulación y a su mismo comandante, capitán de fragata Fernando Azcueta, por lo que la dotación no tenía a esa altura el punto de adiestramiento ideal para realizar operaciones de guerra. Incluso la nave requería de un recorrido general de los sistemas de a bordo destinado a la optimización de su funcionamiento, el cual aun no se había efectuado al momento de ser alistada su dotación.

Por esa razón, tanto la tripulación, como el conjunto de la base naval de Mar del Plata, se abocó sin descanso a los trabajos indispensables para ponerlo a punto y tenerlo listo para entrar en acción.

El 11 de abril a las 20.00 hs. zarpó hacia aguas abiertas con el fin de cumplir con las pruebas de navegación de rigor a efectos de ajustar su funcionamiento y comprobar el buen desempeño de los equipos. Cumplida la directiva, se le ordenó desplazarse hacia el Teatro de Operaciones con la contraproducente orden de evitar cualquier confrontamiento con naves enemigas, en espera de la evolución de las negociaciones diplomáticas.


Mientras los prisioneros de las Georgias eran embarcados a bordo del HMS “Tidespring”, para ser conducidos a la isla Ascensión, al ARA “San Luis” se dirigía a una zona próxima a la costa malvinense, al noroeste de la Isla Soledad, denominada “Área María”, a la que llegó el 29 de abril.

Eran las 07.30 de la mañana cuando el sonarista de a bordo le advirtió al jefe de comunicaciones, teniente de fragata Alejandro Maegli, que tenía un rumor hidropónico en el sonar. Maegli se sobresaltó y lo primero que pidió fue confirmar la información porque en ciertas ocasiones, las ballenas e incluso, el krill, solían confundir a los instrumentos.

El ruido llegaba desde el noreste y sus características eran incuestionablemente las de una nave de guerra. Por esa razón, Maegli mandó llamar al comandante y lo puso al tanto de la situación.

El capitán Fernando Azcueta era un marino experimentado, que se había hecho cargo del “San Luis” apenas un mes antes de que comenzase el conflicto.

Evaluada la situación, a las 08.00 a.m., el comandante ordenó cubrir puestos de combate y llevar a la nave a posición de disparo, todo en el más absoluto silencio.

Cuando el teniente Maegli reunió a su equipo en torno a la pequeña mesa de trabajo, notó que transpiraba y que le temblaban las piernas, sentimiento que compartía con sus subalternos. En esas condiciones encabezó la reunión de análisis previa a la entrada en operaciones y finalizada la misma se colocó los auriculares para impartir las primeras directivas.

El blanco avanzaba hacia ellos cuando la voz del capitán se escuchó clara desde su puesto de mando, ordenando preparar los tubos de torpedos y mantener la posición para efectuar el lanzamiento.

Si bien en 1955, el veterano ARA “Santiago del Estero” (S-2) hizo disparos con su cañón de proa al advertir la aproximación de aviones desconocidos mientras navegaba en superficie sobre el Río de la Plata5 y el “Santa Fe” había entrado en combate en las Georgias una semana atrás, el “San Luis” iba a protagonizar el bautismo de fuego de la fuerza en inmersión, con el lanzamiento de un torpedo sobre un blanco enemigo, corriendo un riesgo para el que no estaba debidamente preparado.

El sumergible se ubicaba en posición de disparo cuando el encargado del sonar anunció que se escuchaban ruidos de hélices y explosiones, novedad que puso a la tripulación en máxima alerta.

Se trataba de helicópteros Sea King con torpedos antisubmarinos que avanzaban abriendo camino a las unidades de superficie que se desplazaban detrás.

A las 09.58 hs, cuando el objetivo se hallaba a una distancia de 9000 yardas, Maegli le dijo a su capitán que los datos del blanco estaban ajustados y solicitó instrucciones.

-¡¡Fuego!! –ordenó Azcueta mientras la adrenalina llegaba al máximo en el interior de la nave.

Dos minutos después un torpedo filoguiado SST-4 de 260 kilogramos de peso salió desde uno de los tubos directamente hacia un blanco clasificado como “destructor”, pero a los tres minutos se perdió su contacto por corte de cable, sin escucharse ninguna explosión. El torpedo siguió su avance solitario, ascendiendo automáticamente hasta hacerse visible a ojos del enemigo.

Era la primera vez que un submarino latinoamericano entraba en combate sumergido y disparaba un torpedo en acción de guerra.

La estela que iba dejando del SST-4 permitió a los británicos calcular la posición del sumergible y su respuesta fue inmediata. La formación naval se abrió camino con desesperadas maniobras de evasión y casi enseguida, helicópteros ingleses se lanzaron en persecución del “San Luis” arrojando cargas de profundidad.

A diez minutos del lanzamiento, el sonarista argentino informó que había un torpedo en el agua y que avanzaba directamente hacia ellos.

-¡¡Torpedo cerca de popa, capitán!! –gritó.

Ahora fue el “San Luis” el que inició una serie de rápidos y arriesgados movimientos intentando esquivar la amenaza. Mientras lo hacía, el comandante ordenó arrojar falsos blancos consistentes en unas gigantescas pastillas efervescentes que al tomar contacto con el agua producían una columna de burbujas que confundían a los proyectiles enemigos. En la jerga naval se las llamaba “Alka Seltzer”, por el efecto similar al de la popular sal de frutas.

-¡¡Torpedo en la popa!! –volvió a gritar el encargado del sonar.

Maegli no dijo nada pero pensó que era el fin. Sin embargo, diez segundos después llegó el alivio.

-¡¡Torpedo pasó a la otra banda, mi capitán!!

Una sensación de quietud recorrió el submarino, desde el timón hasta la proa. Sin embargo, el peligro no había pasado.

Perseguido por los helicópteros antisubmarinos, el “San Luis” maniobró hacia la costa malvinense reduciendo la velocidad a medida que ganaba las profundidades; a los pocos minutos se planchó sobre el fondo del mar y allí se mantuvo varias horas esperando eludir las cargas y evadir el rastreo de los sonares.

El sumergible se había posado sobre un lecho pedregoso, a 70 metros de profundidad, en una posición inadecuada aunque segura, que le permitió mantenerse estático, soportando el castigo en el más absoluto silencio.

Los Sea King ingleses llegaban cada diez o veinte minutos, arrojaban sus cargas sin demasiada precisión y una vez relevados, se retiraban.

El submarino se mantuvo estático en el fondo del mar mientras el dióxido de carbono aumentaba peligrosamente en su interior. Por esa razón, el capitán Azcueta ordenó a la tripulación abandonar los puestos de combate y acostarse en sus literas a fin de gastar la menor cantidad de oxígeno posible. Y es que poco y nada podían hacer los marinos en esa situación. Tratando de controlar la ansiedad, Maegli y varios de sus compañeros se recostaron y en esas condiciones se durmieron.

En horas de la tarde, a casi veinticuatro horas del primer rumor hidrofónico, los ecos del sonar comenzaron a desaparecer, clara evidencia de que las naves enemigas habían desistido en su ataque.

-Área despejada, mi capitán- anunció el sonarista.

Aún así, Azcueta decidió esperar hasta las 21.00 hs., temiendo en su fuero interno que el enemigo estuviera cerca. Recién a esa hora ordenó iniciar maniobras para abandonar el lecho marino y minutos después, comenzaron a despegarse y reiniciar su desplazamiento. Sin embargo, a los pocos metros, el submarino volvió a ser atacado por lo que debió buscar nuevamente el fondo y aguardar allí, en el más absoluto silencio.

El “San Luis”, se mantenía quieto en las profundidades mientras las explosiones sacudían las aguas. Los ingleses sabían que se encontraba en las inmediaciones pero evidentemente no lograban ubicarlo por lo que persistieron en el ataque durante varias horas.

Recién cuando los ecos desaparecieron completamente de las pantallas, seguro de que el enemigo se había alejado, el sumergible comenzó a moverse lentamente y a las 05.00 hs. del 2 de mayo alcanzó la profundidad de snorkel para cargar sus exhaustas baterías.

Emergió en medio de un mar embravecido para comenzar la recarga y en esas estaba cuando al cabo de un par de horas sus radares detectaron la cercanía de más helicópteros enemigos que, pese a la alarma que generaron, se alejaron del lugar sin atacar.

En la tarde de ese día, la tripulación se enteró del hundimiento del “General Belgrano” en cuya dotación viajaban tres submarinistas amigos, noticia que causó profundo pesar a bordo.

El 4 de mayo, el capitán Azcueta recibió la orden de dirigirse a una nueva zona de operaciones con la misión de interceptar blancos de ocasión. Volvía de ese modo, al “Área María” donde se mantuvo los siguientes cuatro días.

El 8 de mayo, el encargado del sonar detectó movimientos submarinos “inteligentes” de un blanco en acercamiento que en esos momentos realizaba un extraño movimiento zigzagueante. El “San Luis” se ubicó en posición de tiro y cuando se hallaba a 1500 metros de distancia disparó un torpedo antisubmarino MK-37, graduado para una distancia de 2400 metros.

El proyectil explotó con fuerza cuatro minutos después sin que se pudiera determinar el blanco alcanzado.

En la tarde del 10 de mayo la nave argentina se desplazaba hacia el oeste, lista para interceptar un nuevo eco cuando repentinamente apareció otro, identificado como “nave enemiga” y clasificado como “destructor”.

El submarino comenzó a acecharlo, estudiando sus evoluciones durante todo aquel día y cuando los relojes de a bordo daban las 01.40 hs. (11 de mayo), el capitán Azcueta ordenó el lanzamiento de un segundo SST-4.

El proyectil salió del tubo sin inconvenientes pero tres minutos después, a mitad del trayecto, su cable de filoguiado volvió a cortarse, perdiéndose nuevamente contacto. A los pocos minutos, cuando el proyectil había recorrido los 5500 metros que lo separaban del blanco, se escuchó una nueva detonación precedida por un fuerte sonido metálico.

Inmediatamente después, las naves enemigas viraron y se retiraron a toda velocidad sin efectuar ningún contraataque.

Muchos años después se supo que el blanco alcanzado había sido el HMS “Alacrity”, fragata tipo 21 que el día anterior había hundido al “Isla de los Estados”.

Al momento de ser atacada, la embarcación navegaba por el Estrecho de San Carlos cubierta por su gemela, la HMS “Arrow”.

Al parecer, el torpedo rebotó contra su casco y explotó a un metro de distancia, generándole algunas averías que la obligaron a huir a toda velocidad para efectuar reparaciones.

Hay otra versión que sostiene que los proyectiles disparados fueron dos; que el primero no salió del tubo y que el segundo detonó después de cortar el cable de filoguiado, al alcanzar una roca submarina próxima a la embarcación, pero la misma no ha sido confirmada. Sin embargo, en agosto de 2009 apareció en un video de Youtube el siguiente comentario escrito por alguien que aseguraba haber prestado servicios en la fragata cuando la misma fue alcanzada. Quien posteaba, bajo el nick “brendancoul” apuntó lo siguiente: “I was on the ship that was topredoed on the 11May which was HMS Alacrity the submarine was the San Luis we had just finished a suicide mission ans sank the Islas de Estados but we never knew we had been topedoed until 5 years later the event did happen” (Yo me encontraba en el buque HMS “Alacrity” cuando este fue torpedeado el 11 de mayo por el San Luis cuando habíamos finalizado una misión suicida en la que se hundió al Isla de los Estados pero nadie supo que habíamos sido torpedeados sino hasta 5 años después de ocurrido el hecho).

A la mañana siguiente, el capitán Azcueta rompió el silencio de radio e informó al Comando de Operaciones Navales sobre el fracaso del sistema de torpedos antisuperficie, haciendo hincapié en la falta de confiabilidad en el sistema de armas. Fue entonces que se le ordenó regresar a Puerto Belgrano para ingresar en dique seco y evaluar el comportamiento de los sistemas de a bordo.

El submarino abandonó el teatro de operaciones y el 19 de mayo a las 02.00 hs., ingresó sigilosamente en la base, después de 37 días de patrulla y 864 horas de inmersión. No volvería a la lucha. La nave atracó en secreto y al día siguiente entró en los talleres para reparar la computadora de a bordo, hacer reabastecimiento y reequiparse con torpedos revisados, trabajos a los que estaba siendo sometido cuando lo sorprendió el cese de las hostilidades.

Al momento de entrar en reparación se hallaban en el puerto dos expertos de la Armada, pero los trabajos llevaron más tiempo de lo esperado. Recién en 1983, a casi un año del fin de la guerra, técnicos alemanes viajaron a la Argentina para evaluar las deficiencias de la nave y analizar su comportamiento en operaciones.

Después de ardua investigación, los especialistas germanos detectaron fallas en el mecanismo, sobre todo en el sistema de torpedos, practicándose a partir de sus observaciones, las modificaciones de rigor.

A pesar de las falencias de su equipo y sus ataques fallidos, la actuación del “San Luis” había sido satisfactoria, generando una verdadera psicosis que llevó zozobra a la escuadra enemiga. Tanto fue así, que durante la campaña, numerosas ballenas pagaron con sus vidas el ser confundidas por los sonares de la Royal Navy.

El “San Luis” logró que los británicos “vieran fantasmas por todas partes”. La conmoción que causó obligó a las potencias navales a revisar sus tácticas de guerra submarina ya que la tercera flota del mundo, experta en ese tipo de operaciones, dotada de sofisticado armamento y moderna tecnología, no solo nunca logró dañarlo sino que ni siquiera pudo ubicarlo6.


Al ponerse en marcha el Operativo “Azul”, denominado posteriormente  Operación “Rosario”, el submarino ARA “Salta” (S-31) se hallaba en aguas del Golfo Nuevo, frente a Puerto Madryn, provincia de Chubut, efectuando pruebas de calibración con su telémetro acústico pasivo. Para esa misión llevaba a bordo técnicos franceses pertenecientes a la firma que fabricaba esas piezas, quienes estaban allí para colaborar en la puesta a punto del equipo.

Producida la invasión a Malvinas, la Fuerza de Submarinos argentina pasó a depender del Comando de Operaciones Navales (COAS), al mando del vicealmirante Juan José Lombardo, veterano submarinista, debiendo trasladarse desde Mar del Plata a la Base Naval de Puerto Belgrano a fin de obtener una óptima coordinación y planificación de las operaciones.

Finalizadas las pruebas y habiéndose retirado el equipo de técnicos franceses después del 2 de abril, el submarino entró en reparaciones en los Astilleros Domecq García de Buenos Aires, donde le fueron detectados ruidos de consideración cuando navegaba tanto en superficie como en inmersión. Como el inconveniente lo convertía en presa fácil del enemigo, el Comando de la Fuerza de Submarinos ordenó su regreso a dique seco para una revisión completa de sus sistemas de a bordo, a efectos de subsanar el problema.

Ocurrió que, por razones de salud, el comandante del submarino, capitán de fragata Manuel O. Rivero, debió ser relevado, hecho que incidió negativamente en el alistamiento de su dotación así como también en las pruebas que se debían realizar en alta mar. Por esa razón, el vicealmirante Lombardo y el capitán de navío Eulogio Moya Latrubesse, a cargo del Comando de Fuerza de Submarinos, se abocaron a la tarea de encontrar un reemplazante adecuado a efectos de que el cambio no incidiese en el ánimo y la moral de la tripulación y su cuerpo de oficiales.

Hasta ese momento, revestía como edecán del presidente Galtieri, el capitán de fragata Roberto F. Salinas, a quien es fácil ubicar junto al primer mandatario en las fotografías de la época, en especial durante las reuniones con el secretario de Estado norteamericano Alexander Haig y el representante permanente del presidente de los Estados Unidos, Vernon Walters.

Salinas, segundo egresado de su promoción, había sido comandante del “Salta” cuando lo designaron edecán y además de una excelente reputación, tenía una foja de servicios impecable.

Según el relato de Jorge Rafael Bóveda7, el 13 de abril por la mañana Salinas recibió un llamado telefónico del director general de Personal Naval, informándole que había sido designado comandante accidental del submarino y que en el término de veinticuatro horas debía presentarse en Puerto Belgrano a efectos de recibir instrucciones.

Un tanto sobresaltado, el oficial preparó su equipaje y se dispuso a viajar al sur, preocupado porque hacía más de dos años que no comandaba naves de ese tipo y además, porque desconocía completamente el adiestramiento de la tripulación que tendría a su cargo así como también, la situación operativa.

Cuando el 14 de abril se presentó en el comando, le fue notificado que el submarino acababa de salir del dique seco y que bajo el mando del capitán de corbeta Esteban J. Arata, efectuaba pruebas frente a la Península Verde, a la altura del Faro El Rincón, al sur de Bahía Blanca. Por esa razón, se iba a hacer cargo de la nave recién el día 17.

En efecto, el “Salta”, al mando del capitán Arata, estuvo maniobrando y haciendo pruebas hasta su regreso, después de tres días de navegación, comprobándose que los ruidos y las vibraciones persistían.

Salinas y Arata se conocían desde hacía tiempo ya que el primero había sido director de la Escuela de Submarinos de Mar del Plata cuando el segundo desempeñaba el cargo de subdirector. Por esa razón el traspaso de mando fue menos traumático de lo que Salinas esperaba y sirvió para un reencuentro por demás agradable.

En vista de los resultados, el Comando de la Fuerza de Submarinos decidió una nueva revisión en dique seco con el objeto de dar con el problema. Técnicos y operarios de Puerto Belgrano procedieron a desmontar el sello de popa, el eje y la hélice y realizaron una recorrida completa de sus sistemas y estructura, trabajos que llevaron dos semanas de duración sin que se pudiese determinar el origen de los ruidos.

En ese lapso, numerosas alarmas obligaron a inundar el dique y ocultar el sumergible dado que siempre se tuvo como posibilidad ataques a la base por bombarderos Vulcan.

Bóveda no es preciso en fechas pero explica que finalizados los trabajos, se le ordenó al capitán Salinas zarpar con destino a la Base de Submarinos de Mar del Plata. Y en esas estaba cuando al llegar a la boya Nº 9 se le informó que debía regresar a Puerto Belgrano porque un avión de exploración propio había ubicado un submarino desconocido navegando en superficie a 80/100 millas náuticas de la boya-faro que marcaba el comienzo del canal de acceso.

El avión en cuestión resultó ser el Fokker F-27 matrícula TC-78 de la Fuerza Aérea Argentina piloteado por el mayor Osvaldo Botto, quien pasadas las 17.00 del 6 de mayo, sobrevoló al “Salta” a 5000 pies de altura, sin identificarlo.

La premura de la orden de regreso se debió a que tanto ese avión como aparatos Tracker y Sea King del portaaviones “25 de Mayo” habían detectado presencia submarina enemiga muy cerca de la costa y tenían órdenes de atacar.

Siguiendo sugerencias de Salinas, el “Salta” hizo su alistamiento en Puerto Belgrano y en esas estaba cuando el 12 de mayo llegó un mensaje del “San Luis” informando que el sistema de torpedos de a bordo era defectuoso y que los tres ataques que había realizado contra la flota enemiga (dos blancos de superficie y uno sumergido), habían fracasado.

Ese mismo día el COFUESUB organizó una comisión especial destinada a analizar y determinar las causas de aquellas fallas, presidida por el capitán Salinas y otros tres oficiales.

A ritmo acelerado, trabajando día y noche, el 15 de mayo se presentó un informe cuyos puntos principales dejaban en claro que era imposible establecer las causas de aquellos desperfectos sin un análisis exhaustivo de los mecanismos.

Con el “San Luis” de regreso el 19 de mayo, se decidió descartar los torpedos Telefunken SST-4 y MK-37 y reemplazarlos por otros similares, fabricados por la compañía EDESA de capitales nacionales, que al momento de estallar el conflicto, no habían sido probados adecuadamente.

El 21 de mayo el ARA “Salta” se hizo a la mar en misión de patrulla de guerra con instrucciones de efectuar pruebas de tiro en su viaje al Teatro de Operaciones. Era indispensable verificar los mecanismos de lanzamiento y asegurar su efectividad así como también, controlar los sonidos que seguía emitiendo.

Estando el “San Luis” de regreso y con el “Santa Fe” fuera de operaciones, se tornaba imperioso hacer creer a los británicos que se mantenía la presencia submarina en la zona de guerra, tarea que iban a cumplir el “Salta” en navegación y el veterano “Santiago del Estero” sumergido en una dársena de Puerto Belgrano.

A las 14.00 del 23 de mayo el “Salta” llegó al Golfo Nuevo situándose en la zona asignada al norte, en cercanías de Puerto Pirámide, donde permaneció hasta la mañana siguiente. Según refiere el artículo de Bóveda, en ese punto dieron comienzo las pruebas, primer ejercicio de ese tipo que la Armada efectuaba en su historia.

El capitán Salinas ordenó lanzar el torpedo a las 09.13 hs del 24 de mayo y una vez cumplida la directiva se procedió a efectuar el disparo. El proyectil solo corrió dentro del tubo Nº 7 unos segundos y antes de salir, se detuvo en su interior.

-No escucho ruido de hélices, señor- dijo el sonarista un minuto y quince segundos después.

Salinas había tomado recaudos llevando el submarino a plano de seguridad, para evitar que el proyectil pudiese detectarlo e impactarlo pero la maniobra resultó innecesaria. Un rápido examen permitió comprobar que el torpedo no había salido del tubo.

Comprendiendo la gravedad de la situación, y dado que la guerra submarina dependía exclusivamente de aquellas pruebas, el comandante decidió hacer un nuevo lanzamiento, ordenando el alistamiento de un segundo proyectil que fue disparado a 10 kilómetros del blanco. El mismo corrió por el tubo Nº 1 pero también quedó alojado en el interior.

Aquello representaba un grave peligro porque ahora la nave llevaba dos poderosos explosivos con sus cabezas de combate activadas en sus lanzatorpedos y eso ponía en riesgo la integridad de nave y su tripulación.

Como el “Salta” no disponía de medios para deshacerse de los torpedos atascados, el comandante ordenó efectuar una inclinación apuntando la proa hacia abajo, pero la maniobra no dio resultados.

El sumergible permaneció en la zona navegando en plano profundo y cuando a bordo daban las 20.00, el capitán ordenó servir la cena. Veintiocho minutos después, una fuerte vibración y la voz de alerta de uno de los marinos ubicado en la proa, puso nuevamente a la tripulación en alerta. El torpedo del tubo Nº 1 se había activado colocando a la nave en situación de emergencia.

Decidido a llevar la embarcación a la superficie a efectos de minimizar el riesgo de una explosión, el capitán mandó abrir las compuertas externas de los lanzatorpedos y esperó que los mismos saliesen disparados en algún momento.

Lejos de aquella suposición, las hélices de los proyectiles siguieron girando hasta las 21.15 hs. sin que ninguno emergiese de los tubos.

Una vez en superficie, alejado momentáneamente el peligro, Salinas informó al Comando de la Fuerza de Submarinos que las pruebas de lanzamiento habían fracasado y en ese sentido solicitaba instrucciones.

Se le ordenó regresar inmediatamente a la base y en vista de ello, se impartieron las directivas correspondientes disponiendo el cierre de las puertas externas de los tubos lanzatorpedos a efectos de mantenerlos inundados y minimizar los ruidos.

La navegación hasta Puerto Belgrano se hizo en alto riesgo debido a que los gases de la batería de torpedos podían provocar su estallido con derivaciones realmente catastróficas.

El “Salta” llegó a la base el 29 de mayo y después de ordenar su evacuación, el capitán de corbeta ingeniero Ernesto Conrad, se puso a trabajar en la riesgosa tarea de retirar los proyectiles, asistido por dos técnicos con los que previamente procedió a desactivarlos.

Los torpedos fueron sometidos a riguroso análisis y el sumergible a una exhaustiva inspección que permitió comprobar que uno de los sistemas de seguridad de a bordo no se había desactivado por completo, impidiendo la salida de aquellos. Por otra parte, de acuerdo al informe presentado por el capitán Salinas, se supo que las vibraciones y los ruidos que generaba el submarino eran de tal magnitud que interferían y bloqueaban el sonar pasivo en 100 de los 360º, en diversos sectores.

La nave permaneció en la base hasta el 12 de junio cuando a su comandante se le encomendó una nueva misión; debía seguir adelante con los ejercicios de tiro y evaluación de sonidos y para ello, se le ordenaba partir nuevamente. Llegó al Golfo Nuevo dos días después, poco antes de la capitulación de Puerto Argentino y una vez en la zona asignada navegó en sus aguas sin efectuar ningún lanzamiento. Esa era su situación cuando se produjo el alto el fuego en Malvinas.

Pese a haber finalizado el conflicto, el alto mando naval argentino ordenó al “Salta” continuar adelante con su misión por lo que al día siguiente, 15 de junio, su tubo Nº 6 disparó un nuevo torpedo y esta vez salió, perdiéndose contacto a menos de dos minutos de su lanzamiento.

Para evitar inconvenientes, Salinas mandó cortar el cable filoguiado mientras llevaba al submarino a una posición más segura dado que la trayectoria errante del proyectil hacía factible que impactase a la propia nave.

El torpedo se perdió en la inmensidad del mar por lo que, tras una rápida verificación de los sistemas de control de tiro, se ordenó un segundo disparo sobre un blanco ubicado a unos 10 kilómetros de distancia. El proyectil abandonó el tubo Nº 2 sin problemas pero cuando se hallaba a unos 6900/7000 metros de distancia cortó su cable, circunstancia que llevó a su comandante a situarse en plano profundo para evitar ser alcanzado.

En esa tarea estaba inmersa la tripulación cuando dos minutos después se escuchó una fuerte explosión que pareció sacudir la estructura de la nave. El torpedo estalló a 5 kilómetros de la costa, a mitad de recorrido entre esta y la embarcación, sin haber impactado nada8.

No quedaban dudas de que los submarinos clase 209 y su sistema de a bordo eran altamente deficitarios.

Entre el 17 y el 18 de junio, cuando todavía había presencia argentina en las lejanas Sándwich del Sur, el “Salta”, siempre en aguas del Golfo Nuevo, hizo pruebas de ruidos y vibraciones para determinar su nivel con exactitud. Como bien explica Bóveda en su trabajo, se utilizaron para ello una boya y los equipos de escucha subacuática del buque oceanográfico “El Austral”, que en esos momentos navegaba en las cercanías, al mando del capitán Santillán.

Al día siguiente tuvo lugar un hecho que dejaría a Salinas profundamente impresionado y que no olvidaría en su vida.

Observando a través del periscopio pudo ver a medio camino al gigantesco transatlántico “Canberra” cuando transportaba hacia Puerto Madryn a 4167 prisioneros de guerra argentinos, varios de ellos heridos.

La misión del “Salta” finalizó entre el 20 y el 21 de junio, cuando ingresó a Puerto Belgrano. Pasado un tiempo, fue enviado de regreso a Mar del Plata, en cuyo dique seco ingresó en el mes de julio para efectuar reparaciones.

En este punto, las palabras del Dr. Jorge Rafael Bóveda, son más que ilustrativas: “Las expertas fuerzas antisubmarinas británicas, (que en aquel entonces realizaban el 70% de las patrullas antisubmarinas de la alianza Atlántica) recibieron esa inesperada lección al mostrarse impotentes para neutralizar la amenaza que, como se sabe, se redujo a un único submarino convencional, el ARA ‘San Luis’”9.









Notas
1 El ARA “Santiago del Estero” (S-2), luego (S-3), fue un sumergible de la clase Tarantino de fabricación italiana, que sirvió en la Armada entre 1928 y 1959. El 18 de septiembre de 1955, bajo el mando del capitán de corbeta Juan D. Bonomi, repelió con su cañón Bofors de 40 mm el ataque de aviones leales a Perón, durante el bloqueo impuesto al Río de la Plata por la escuadra rebelde. Fue sucedido por el S-12, clase Balao que utilizó la Marina de Guerra entre 1960 y 1971 y llevó a cabo la secreta incursión sobre el litoral malvinense en octubre de 1966.
2 Ese día, por la tarde, la tripulación abordó un ómnibus y regresó a Mar del Plata.
3 Su pabellón, confeccionado por damas de la sociedad salteña encabezadas por la esposa del gobernador de esa provincia (su madrina), fue izado el 23 de agosto de 1974.
4 El submarino experimentaba una considerable reducción en su rendimiento y problemas en la recarga de batería
5 No confundir con el submarino homónimo, anteriormente mencionado ni con el S-12, que llevó a cabo la operación encubierta sobre Malvinas en 1966.
6 Submarinos Argentinos. Guerra de Malvinas. 1982, www.elSnorkel.com
7 Jorge Rafael Bóveda, “El secreto del submarino ARA Salta”, en “Todo es Historia” Nº 417.
8 Al parecer, eso fue lo que le ocurrió al segundo torpedo del “San Luis”.
9 Jorge Rafael Bóveda, op. Cit.


Fuente: Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Autor: Alberto N. Manfredi (h)

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